jueves, 30 de junio de 2011

Sube la marea de contaminación


IPS_30-06-2011

La mitad de las áreas marinas de China están contaminadas a raíz del rápido crecimiento económico de las regiones costeras del país, dañando la vida oceánica y amenazando a los seres humanos.

Aproximadamente 48.000 kilómetros cuadrados del área oceánica china están particularmente afectados, lo que supone un aumento de 18.300 kilómetros cuadrados en relación al año pasado, según un informe de la Administración Estatal Oceánica de China (SOA). De las 18 zonas ecológicas controladas por esa entidad, 14 están seriamente contaminadas, concluye.

Después de 30 años de explosivo crecimiento económico, el año pasado China superó a Japón como segunda mayor economía mundial. Aunque ese crecimiento ha mejorado las vidas de decenas de millones de personas, también ha convertido a China en uno de los países más contaminados del mundo, desde el cielo hasta el mar.

Centros costeros en auge vierten una cantidad cada vez mayor de desechos industriales y domésticos en el mar. Alrededor de 147.000 kilómetros cuadrados de las aguas costeras de China no cumplieron los estándares de "agua clara" en 2009, lo que implica un aumento de 7,3 por ciento en relación al año anterior, informó la SOA el año pasado.

El nuevo informe –Boletín Ambiental Marino de China 2010—concluyó que 86 por ciento de los estuarios, bahías, pantanos, arrecifes y lechos de algas marinas del país estaban por debajo de lo que la SOA considera "saludable".

China tiene hasta cinco millones de hectáreas de estuarios y pantanos costeros; ambos son ecosistemas importantes. Desde los años 90, la construcción de represas y los intentos por ganarle tierra al mar amenazan estas áreas. Los pantanos costeros desaparecen en una proporción de 20.000 hectáreas al año, y 337 de 457 desembocaduras en los estuarios chinos están excesivamente contaminadas, según un informe de la SOA de 2009.

En 2008, China tenía 13.380 kilómetros cuadrados de tierra ganada al mar, que en los años 90 representaban 8.241 kilómetros cuadrados, señaló el mes pasado un artículo publicado en el Legal Daily.

El rápido incremento de los niveles de petróleo, pesticidas y otros contaminantes peligrosos está dañando la vida marina del país. Esto incluye el suministro de mariscos, según informes de medios estatales divulgados el año pasado.

Se descubrió que los mariscos de áreas cercanas a la costa contenían "excesivos productos químicos dañinos", como plomo, cadmio y el insecticida DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano). Los niveles de plomo detectados eran 50 por ciento superiores a lo normal, mientras que los de cadmio y DDT eran 40 por ciento superiores. El plomo puede dañar el sistema nervioso y causar desórdenes en la sangre y el cerebro si se lo consume en cantidades excesivas. La Organización Mundial de la Salud considera que el DDT es un pesticida "moderadamente peligroso".

El año pasado, las aguas costeras de China sufrieron 68 "mareas rojas" o florecimientos de algas, causados por excesivos líquidos residuales en las aguas, lo que afectó a 14.700 kilómetros cuadrados, 3,4 veces la cantidad perjudicada en los años 90, según el informe "Algae bloom seriously threatens fishing resources" (El florecimiento de algas amenaza seriamente a los recursos pesqueros), dijo a IPS el investigador Yu Rencheng, del Instituto de Oceanología de la Academia China de Ciencias Sociales.

Entre las áreas severamente contaminadas figura el mar Amarillo, las bahías de Liaodong, Bohai y Laizhou, el estuario del río Yangtze, la bahía de Hangzhou y el estuario del río Perla.

Los contaminantes que exceden los valores normales incluyen al nitrógeno inorgánico, al fosfato reactivo y al petróleo. Según el informe de la SOA, 50 por ciento de las aguas chinas enfrentan problemas de contaminación.

Los niveles peligrosos de contaminación por lo general se encuentran cerca de áreas que experimentan un rápido desarrollo económico, explicó Yu. Las principales causas de la contaminación costera incluyen la descarga de aguas servidas sin tratar, el vertido de aguas residuales de industrias y residencias, y los derrames resultantes de la navegación y los accidentes marítimos.

Entre 1998 y 2008 hubo 733 accidentes de embarcaciones en jurisdicción oceánica de China, lo que causó enormes pérdidas económicas y ambientales, según cifras del gobierno. En los años 90, el gobierno intentó reducir la contaminación en los principales ríos del país, que desembocan en el océano.

Junto con las leyes nacionales, los gobiernos locales y provinciales fueron alentados a implementar sus propias normas y regulaciones, a fin de prevenir y controlar la contaminación de pequeños y medianos cuerpos de agua, dijo Yu.

En 2009, el Consejo de Estado de China emitió regulaciones para reducir la contaminación marina causada por la navegación. La medida incluyó 78 nuevas normas que entraron en vigor en 2010 y exigió a los departamentos de transporte que funcionan bajo la órbita del Consejo de Estado desarrollar planes de emergencia que hagan frente a esa vertiente de contaminación.

Funcionarios del gobierno admitieron que todavía queda un largo trecho por recorrer en el abordaje de la contaminación marina. "Nuestra calidad ambiental solamente mejora en ciertas áreas, pero en general el ambiente se está deteriorando", dijo el viceministro de Protección Ambiental, Zhang Lijun, a los medios estatales.

Lan Hongyan, experto en ambiente marino de la Universidad Normal de Hebei, dijo que gran parte del problema radica en la falta de coordinación del abordaje de la contaminación oceánica. Varios organismos gubernamentales –entre ellos la Administración Oceánica, la Administración de Seguridad Marina y otros departamentos nacionales y provinciales—vigilan diferentes aspectos de la regulación en este sentido. "No tenemos un sistema poderoso y coordinado, lo que impacta en la aplicación de la ley", dijo Lan a IPS.

Fuente: http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=98485

miércoles, 29 de junio de 2011

Sanidad alimentaria para quién - La opulencia de las corporaciones contra la salud de la gente

29/06/2011 Por: GRAIN

GRAIN publica un nuevo documento de análisis que examina el modo en que lo que se ha llamado “sanidad alimentaria” o “inocuidad de los alimentos” se está utilizando como instrumento para incrementar el control corporativo sobre la alimentación y la agricultura. En el documento se también se discute lo que la gente puede hacer y ya está haciendo, al respecto. Presentamos a continuación un resumen de lo que contiene.

El constante flujo de escándalos, brotes epidémicos y extremas medidas regulatorias que conforman el paquete del sistema alimentario industrial ha hecho de la sanidad alimentaria un punto de importancia mundial. Nuestra creciente dependencia de alimentos y cultivos industriales concentra a una escala sin precedentes y amplifica de muchas nuevas maneras los riesgos, lo que vuelve más necesaria una intervención para garantizar que nadie enferme a causa de los alimentos. Tras esta intervención, hay una agenda escondida de las corporaciones.

El término “sanidad o inocuidad” alimentarias puede hacer creer que se está protegiendo la salud de la gente, o incluso la del ambiente. La Unión Europea pregona que cuenta con un sistema de sanidad alimentaria que va “de la granja al tenedor” —un lema destinado a tranquilizar a los consumidores con la idea de que alguien cuida su salud. Pero lo que ocurre en nombre de esta “seguridad sanitaria” de los alimentos no tiene que ver tanto con los consumidores o con las normas sanitarias sino con buscar que todos aquellos involucrados en producir, preparar y entregar o servir alimentos se sometan a un número de normas y “estándares” fijados por los supermercados y por la industria alimentaria: regulaciones que se imponen, primero que nada, para garantizar las ganancias.

Puede ser que los gobiernos sean los que fijen un cuerpo de regulaciones de sanidad alimentaria mediante políticas y medidas administrativas (inspección de los servicios y otros), pero es el sector privado quien idea e instrumenta los criterios reales. Esta división público-privada (que implica una complicidad) provoca un conjunto de problemas, y así llegamos a una situación en la que:

* en esencia el sector alimentario industrial se regula a sí mismo, lo que refuerza el argumento de que la sanidad alimentaria no está primordialmente relacionada con la salud pública, sobre todo porque continúan ocurriendo terribles brotes de envenenamiento con comida.

* los gobiernos terminan trabajando para el sector corporativo, aun cuando éste no sea su papel, porque el sistema regulador es público pero los criterios y estándares son privados.

Ahora, gracias a la globalización y a la liberalización de las regulaciones relativas al comercio y la inversión, este modelo de sanidad alimentaria se va expandiendo —y somete a los campesinos, los pescadores y a los trabajadores de la industria alimentaria por todo el mundo a los dictados de las corporaciones. Si India quiere venderle pescado o uvas a la Unión Europea tiene que someterse a las regulaciones europeas y a los estándares fijados por las cadenas de supermercados que controlan el mercado en la Unión Europea. Si los brasileños quieren venderle pollo o soya [soja] a Arabia Saudita, entrarán en juego los criterios de los Estados del Golfo. “Muy bien”, podría uno pensar. “Después de todo, esto tiene que ver únicamente con las operaciones de los grandes establecimientos agrícolas industriales”. Pero no sólo tiene que ver con las exportaciones. La idea —y la realidad— es que los países adopten estos estándares y los apliquen en sus mercados internos también, impactando a fin de cuentas a todos los agricultores de un país en particular.

Quién fija los estándares y quién se beneficia con ellos

El comercio internacional jamás había sido tan grande. El acuerdo de la Organización Mundial de Comercio sobre agricultura comenzó a eliminar los aranceles y cuotas hace casi veinte años. Desde entonces, la línea de fuego de las disputas en torno al comercio alimentario se ha trasladado a lo que se conoce como barreras “no arancelarias”, como las normas sanitarias relacionadas con los alimentos. Hoy, si uno quiere proteger de la competencia a los agricultores de un país, no se puede fijar un aviso fronterizo que diga “Ya tenemos suficientes melones, así que ¡fuera!”, pero sí es posible fijar un aviso que diga: “Sólo aceptamos melones producidos con métodos halal [el modo permitido por la religión musulmana] de 15 a 20 centímetros de diámetro, enjuagados con agua potable y que tengan certificación de que fueron cultivados en fincas que cuentan con sus propios inodoros”. Esto es muy bueno para Carrefour, cuyos abastecedores contratados producen justamente ese tipo de melones. Pero ¿qué ocurre con los agricultores en pequeña escala que no pueden cumplir con estos criterios ni cubrir los costos de certificación que conllevan? Y si los dejan fuera de los supermercados, ¿qué otras opciones tienen?

Una creciente porción de los alimentos que compra la gente les llega a través de las cadenas de abasto de los supermercados transnacionales y las corporaciones que sirven alimentos al público. A nivel mundial, el comercio de alimentos al menudeo obtiene por ventas 4 billones de dólares anuales. Los supermercados hicieron más de la mitad (51%) de esas ventas en 2009, siendo las 15 corporaciones principales las que lograron 30% de las mismas. Juntos, los diez minoristas en alimentos más importantes (Walmart, Carrefour, Metro, Tesco, Schwarz, Kroger, Rewe, Costco, Aldi y Target), tuvieron entradas por un billón y 100 mil millones de dólares en 2009, lo suficiente para ser considerados el décimotercer “país” más rico del mundo. Éstas son las firmas que moldean los sistemas de “sanidad” o “inocuidad” alimentaria de hoy y detentan un enorme poder en decidir no sólo dónde se produce la comida y dónde se vende, sino exactamente cómo se produce y cómo se maneja.

Existe toda suerte de fondos de desarrollo, micro-créditos y programas de subsidio gubernamental diseñados para ayudar a que los agricultores en pequeña escala cumplan con estos estándares corporativos. Mediante tales programas, unos cuantos pueden posicionarse frágilmente produciendo por contrato para supermercados como Tesco o compañías de venta de alimentos al público como McDonalds. Pero la realidad es que la mayoría de los campesinos simplemente quedan fuera, dado que los supermercados prefieren trabajar con abastecedores y establecimientos mayores. El espacio para que los campesinos que cultivan coles en China o papas en Zambia puedan comercializar sus productos disminuye con rapidez en la medida en que se expanden los supermercados y las compañías que sirven alimentos al público, y en la medida en que las alternativas, como los mercados al aire libre y los puestos callejeros son cerrados por los gobiernos que insisten en aplicar los estándares corporativos. Sólo las grandes empresas ganan en esta situación —y nada ganan los productores, ni los trabajadores ni los consumidores de alimentos.

Cómo salir de este atolladero

Este secuestro corporativo del abasto alimentario no deja de ser cuestionado seriamente. Un creciente movimiento popular de oposición confirma que una verdadera inocuidad alimentaria proviene de un modelo muy diferente de agricultura y alimentación.

Los campesinos y los pequeños productores nos enseñan que la sanidad alimentaria no se logra con una “tolerancia cero” a los microorganismos ni con el enfoque de “extrema higiene” que promueven las grandes corporaciones (y que implica pasteurización, radiación, esterilización, etcétera). Destruir la biodiversidad, incluida la microflora y la microfauna, provoca inestabilidad, lo que se manifiesta en enfermedades. Es mejor buscar balances y equilibrios que conlleva la diversidad, dado que son éstos los fundamentos reales de la armonía y la salud. Hacerlo requiere saberes y que haya muy poca distancia entre la producción de alimentos y su consumo, lo que es la base de sistemas alimentarios diferentes, “alternativos” que mucha gente anhela.

Debemos defender con gran vigor la agricultura campesina y la producción de alimentos de base comunitaria, los mercados campesinos, las pequeñas tiendas y los puestos de comida callejera, que con frecuencia son atacados en nombre de la sanidad alimentaria. Ellos son o pueden ser la columna vertebral de economías locales y de lo que muchos consideran como comida más sana. Apoyar estos circuitos está en auge, pero se requieren más inversión y esfuerzo, incluida la preocupación por una verdadera sanidad alimentaria. De igual modo, las campañas por frenar los supermercados extranjeros como Walmart o para evitar que otros países impongan sus medidas alimentarias son sumamente importantes.

Al fin y al cabo, la sanidad alimentaria tiene que ver con quién controla nuestros alimentos. ¿Le dejaremos ese control a las corporaciones? ¿No debemos ser nosotros los que los controlemos?

Puntos centrales de este documento

1. Aunque suene a salud pública, en realidad lo que se está protegiendo es la riqueza de las corporaciones. Los sucesivos escándalos, brotes epidémicos y medidas regulatorias extremas han convertido la “sanidad alimentaria” o “inocuidad alimentaria” un asunto global. A primera vista, todas estas acciones parecen dirigidas a garantizar una higiene apropiada, de tal modo que la gente no se enferme. Profundizando, la sanidad alimentaria se volvió un campo de batalla crucial para el futuro de la agricultura y la alimentación y un dispositivo para expandir el control de las corporaciones.

2. La agricultura industrial es el problema en gran medida. El procesado y la comercialización de alimentos a escala industrial amplifica los riesgos sanitarios de la producción. Una pequeña finca a la que se le contamine uno de sus productos (digamos huevos con salmonella), afectará sólo a una pequeña cantidad de personas. Un gran establecimiento al que le pase lo mismo afectará a un gran número de personas, incluso más allá de sus fronteras. Muchos de los peores problemas de seguridad sanitaria en los alimentos son generados por las malas prácticas asociadas con la agricultura industrial —enormes dosis de fertilizantes y plaguicidas químicos, la utilización de antibióticos y otros compuestos farmacéuticos con propósitos no terapéuticos, el hacinamiento de gran densidad de animales que favorecen los brotes epidémicos, el abuso sufrido por los animales para incrementar la productividad y reducir costos, además de las malas prácticas laborales.

3. Los gobiernos establecen las regulaciones pero la industria fija los criterios. Los organismos públicos supervisan ampliamente la aplicación de las políticas de sanidad alimentaria. Los gobiernos establecen y supervisan las leyes. Pero es la industria alimentaria —(desde la que abastece de materia prima a la que vende al menudeo) la que define los criterios y los pone en operación. Esto tiene por resultado estándares muy sesgados en favor de las necesidades de las empresas, y que son voluntarios (la llamada auto-regulación). El control sobre los estándares deja a las empresas con la sartén por el mango y le carga a los gobiernos la responsabilidad de los desastres y la obligación de solucionarlos.

4. Las corporaciones ganan, la gente pierde. Los estándares empresariales buscan maximizar las ganancias y organizar los mercados, no establecer una seguridad sanitaria de los alimentos. Por supuesto, nadie gana nada matando gente, ni enfermándola de gravedad, pero al lograr tal dominación de los mercados y al incidir de tal modo en los regímenes regulatorios la industria alimentaria ha logrado que los incidentes de seguridad sanitaria sean para las corporaciones simples costos implícitos en el proceso de hacer negocios.

5. Hoy, los acuerdos comerciales son el mecanismo central para expandir y poner en efecto los criterios de sanidad alimentaria por todo el planeta. Estados Unidos y la Unión Europea utilizan de modo agresivo las políticas comerciales, en especial los acuerdos bilaterales de libre comercio, para impulsar sus estándares y regular el acceso al mercado en favor de las agroempresas. Sin embargo, los exportadores no son los únicos afectados. Los países que adoptan estos criterios industriales, sobre todo en el Sur global, los aplican también a los mercados internos. Como ni los productores ni los procesadores o vendedores de alimentos en pequeña escala pueden cumplirlos (o están en una lógica de producción muy distinta), quedan fuera de los mercados e incluso se les criminaliza por sus prácticas tradicionales.

6. Los estándares se esparcen por doquier. Las corporaciones y los gobiernos están haciendo más estrictas las regulaciones en torno a la sanidad alimentaria para expandir su control sobre el comercio de alimentos. Pronto será imposible vender un pollo tailandés o un corte de carne brasileño a la Unión Europea si los animales no fueron criados y sacrificados de acuerdo a las consideraciones de bienestar animal de los europeos. De igual modo, ahora hay un enorme interés comercial en definir y fijar regulaciones mundiales al comercio de la llamada comida halal [que responde a los modos de la religión musulmana].

7. La verdadera seguridad sanitaria de los alimentos proviene de los equilibrios, no de los extremos. Los pequeños productores y procesadores nos enseñan que podemos lograr una sanidad alimentaria mediante la biodiversidad, los saberes y la estabilidad que proporcionan los equilibrios. Como dijera el agricultor francés Guy Basitanelli, de La Confédération Paysanne: “manejar los balances microbianos y proteger y producir cierta flora específica con base al respeto por las prácticas locales y tradicionales, es lo que mejor garantiza la seguridad sanitaria”. En cambio, conduce a la inestabilidad que el sistema empresarial dependa de una higiene extrema mediante una esterilización forzada y tecnologías industriales (radiación o nanotecnología).

8. La gente está haciendo mucho para revertir este secuestro corporativo. Hay un fuerte movimiento de oposición que busca debilitar el control que tienen los agronegocios sobre el sistema alimentario dominante, y busca promover mejores enfoques. La ”sanidad alimentaria” o, por hablar más ampliamente, la “calidad de los alimentos”, está en el centro de estas batallas —sea porque la gente y las organizaciones resisten la entrada y/o la expansión de los supermercados y las corporaciones agroindustriales, porque promueven y respaldan la producción de alimentos y sus mercados a nivel comunitario y local, porque boicotean a las grandes cadenas y los dudosos productos (de los OGM a la carne estadounidense), porque apoyan a los trabajadores de la industria alimentaria en sus luchas por salarios justos, derechos colectivos y prestaciones, porque frenan los llamados acuerdos de libre comercio, o porque reforman las políticas agrícolas con el fin de respaldar la agricultura campesina. Este movimiento está creciendo, pero necesita mayor respaldo para convertirse en la columna vertebral de nuestras economías alimentarias y devolverle a la gente la “seguridad sanitaria” de los alimentos. www.ecoportal.net

GRAIN, mayo 2011 - El documento de análisis completo puede consultarse aquíhttp://www.grain.org/briefings/?id=224

martes, 28 de junio de 2011

Errores cada vez más profundos en el Ártico


IPS_28-06-2011


La capital de Groenlandia está muy lejos de mi natal ciudad sudafricana de Durban, y llegar al mar Ártico es un largo camino para un africano que hace campaña contra el cambio climático. Pero aquí estoy en prisión, con mi compañero Ulvar Arnkvaern.

Terminé en la cárcel por violar una zona de exclusión y subir a una plataforma petrolera de aguas profundas en el Ártico, a 120 kilómetros de la costa de Groenlandia.

Traje conmigo las firmas de 50.000 personas que piden a Cairn Energy, dueña de la plataforma, que dé a conocer un "plan de respuesta a un derrame de petróleo" y pretendía reclamar el cese inmediato de las perforaciones.

Me dicen que desde mi detención, el viernes 17, más de 20.000 personas firmaron la petición en el sitio de Internet de Greenpeace.

Vine a defender el frágil ambiente del Ártico. Soy el vigésimo segundo activista de Greenpeace que se ofrece como voluntario en las últimas semanas para subir la escalera de 30 metros y llegar a la plataforma en medio del océano.

Vine a poner el cuerpo a la protesta y voz al reclamo de cordura y de cese de las peligrosas perforaciones petroleras en aguas profundas del Ártico. Y así soy uno de los 22 activistas detenidos y presos en Groenlandia.

¿Cómo es posible que tras el desastroso derrame en el Golfo de México que causó en 2010 la explosión de la plataforma de Deepwater Horizon, se permita perforar a una profundidad similar en el Ártico, donde sería imposible realizar cualquier operación de limpieza?

Después de lo ocurrido en el Golfo de México sería lógico esperar mayor transparencia y control público.

Pero la razón del secretismo de Cairn es obvia: sería imposible hacer una limpieza, el ecosistema quedaría diezmado, la pesca en Groenlandia destruida y la compañía de 10.000 millones de dólares iría a la quiebra. No es una buena perspectiva para encender la fiebre petrolera, y una pésima señal para los capitalistas que esperan obtener jugosas ganancias.

Lo dicho es motivo suficiente para rechazar las perforaciones petroleras en el Ártico. Pero hay muchas más razones para reclamar que el mundo mire más allá del petróleo.

La quema de combustibles fósiles altera nuestro clima y derrite los hielos del Ártico, alterando uno de los ecosistemas más aislados y hostiles de la Tierra. La radical disminución del hielo marino en el verano boreal es una dura advertencia del recalentamiento global.

Pero la industria petrolera y los gobernantes endeudados con ella ven el recalentamiento en el polo norte como si fuera una invitación "¡perfora, nena, perfora!".

El cambio climático ya está causando estragos en el mundo, golpea peor y más rápido a los más pobres. El Ártico no sólo es víctima, sino que a su tiempo reflejará y magnificará las alteraciones.

Como africano me preocupa lo que ocurre aquí porque los científicos advierten que el recalentamiento sin precedentes en esta zona puede tener consecuencias para las poblaciones más vulnerables. Un Ártico más caliente puede cambiar drásticamente los patrones climáticos de regiones situadas a varios miles de kilómetros.

En algún punto debemos decir basta. Yo digo que tiene que ser aquí y ahora, en el hielo del Ártico, en los bosques del mundo y en el desastre nuclear de Fukushima. Yo digo que tiene que ser aquí y ahora, cuando alguien propone gastar miles de millones de dólares en nuevas explotaciones de combustible fósil, en vez de destinarlos a investigar en eficiencia energética y fuentes renovables, seguras y limpias.

Mientras estoy en la cárcel, una peligrosa plataforma de perforación se acerca cada vez más al petróleo y al gas que busca, así como a la zona de derrame, donde aumentan los riesgos de una explosión en aguas profundas. Pero aun así, no estamos más cerca de conocer su plan secreto de contingencia y limpieza.

Cuanto más profundo perfora esta plataforma, más se acerca el mundo a un punto de no retorno climático, un escenario en el que la quema de combustibles fósiles ha creado tal caos que se desatan eventos extremos, se eleva drásticamente el nivel del mar y estallan conflictos y hambrunas.

La naturaleza nos hizo una advertencia, y ésta viene con una prueba de inteligencia que no podemos reprobar. La forma en que respondamos aquí y ahora marcará el mundo en el que viviremos y heredarán nuestros hijos.

Mi estancia en Nuuk será corta, pronto estaré libre y me deportarán. Pero pensaré en esta ciudad y en la metáfora de la perforación profunda en el Ártico cuando regrese a Durban en noviembre y cuando haga lobby y reclame un acuerdo obligatorio, justo y ambicioso en la 17 reunión anual de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático.

No seamos estúpidos, digamos no al petróleo del Ártico y sí a un mundo libre de la amenaza de un cambio climático catastrófico.

* Kumi Naidoo es director ejecutivo de Greenpeace Internacional.

http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=98463