Del anterior résumé podemos extraer varias ideas, buenas o malas, según qué lado de la frontera ideológica militamos. La primera es que el mecanismo fue propuesto por países en desarrollo; la segunda es que ± 18 % de las emisiones globales son provenientes de la deforestación de nuestros bosques y de otras formas de degradación de la tierra; la tercera es la creación de incentivos financieros para detener la deforestación, i.e. la creación de un mercado de emisiones; la cuarta es que el desarrollo necesariamente crea degradación ambiental y emite CO2 a la atmósfera. Hagamos una disección de los anteriores planteamientos:
REDD es una propuesta proveniente de los países en desarrollo.
Respuesta: No. El mecanismo debe más su existencia a ideas económicas neoclásicas y la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia que a Papúa Nueva Guinea y a Costa Rica. La idea básica es que se cree un mercado de emisiones en el cual los países con grandes extensiones de bosques puedan vender sus certificados de carbono a los grandes contaminadores; se crea así un incentivo para detener la deforestación dándole un valor económico al CO2 almacenado en los árboles. La idea fue propuesta por un estudiante de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia, Kevin Conrad, quien ahora es el director ejecutivo de la Coalición por las Naciones con Bosque Lluvioso (CfRN por sus siglas en inglés). Conrad tiene una larga historia de negocios con el actual Primer Ministro de Papúa Nueva Guinea, a quién convenció de crear la coalición y lanzar REDD en las negociaciones de las Naciones Unidas en el marco de la Convención para el Cambio Climático.
± 18% de las emisiones globales son provenientes de la deforestación.
Respuesta: Quién sabe. Si hay algo cierto en torno al debate sobre el cambio climático es que nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que está pasando con el clima del planeta. La evidencia científica apunta a que hay serios indicios de que la intervención humana, en la forma de contaminación, está causando efectos en el comportamiento del clima a nivel global. El problema es que no hay el suficiente conocimiento ni la tecnología para comprender a cabalidad los diferentes mecanismos que gobiernan ni el clima ni la evolución del planeta. Escépticos del calentamiento global apuntan que las variaciones del clima en el planeta están íntimamente conectadas con el comportamiento del sol, las épocas en que ha habido mayor actividad solar (entendida esta como tormentas y manchas solares) la temperatura del planeta ha subido; mientras que cuando el sol ha tenido períodos de calma la tierra se ha sumido en eras glaciares. Aún más, nuestros escépticos claman que la producción humana de dióxido de carbono es mínima comparada con la que el planeta produce de manera natural, y que el mayor gas invernadero no es el CO2 sino el vapor de agua.
La situación no mejora cuando se trata de medir el CO2 almacenado tanto en reservorios terrestres como en los océanos. Los científicos son cuidadosos en admitir que nuestra comprensión del ciclo del carbono es limitada y que las estimaciones tienen un margen de error lo suficientemente grande como para no ser tomadas a pecho. En este sentido, medir el dióxido de carbono almacenado en los bosques del planeta y darle un valor económico es sumamente complicado; la aseveración de que más o menos 18% de las emisiones de CO2 son producidas por la deforestación no puede ser comprobada con las metodologías y tecnologías disponibles.
La creación de incentivos financieros puede detener la deforestación.
Respuesta: Depende. Si el mercado de emisiones de carbono es global y las emisiones son cuantificadas per capita, esto podría resolver muchas de las disyuntivas que actualmente existen. La cuantificación per capita no es más que darle a cada ser humano en el planeta un permiso para emitir cierta cantidad de CO2. Desafortunadamente, esto no es lo que se ha negociado. El Protocolo de Kioto no distribuyó las emisiones sobre una estimación per capita; por el contrario las distribuyó en torno a aquellos que contaminaban más. Es decir, se creó el “derecho a contaminar”; quien más ha contaminado tiene el derecho a seguir contaminando sobre la base de lo que contaminó en el pasado. Kioto estableció como base el año 1990; lo que quiere decir que los países desarrollados podían seguir contaminando hasta los niveles en que lo hacían en 1990 sin pagar un centavo por esa distribución. Los países desarrollados a su vez, le dieron permisos para emitir CO2 a los grandes sectores industriales, quienes por reducciones mínimas en sus emisiones podían vender los certificados a alguien más, sacando provecho de lo que no les costó un centavo. Esto no es todo, la injusticia mayor es que los Estados Unidos no ratificó Kioto sobre la base de que China y otros países en vías de desarrollo no tenían compromisos vinculantes y que por lo tanto eso sometía su economía a desigualdad de condiciones para competir en el mercado global; obviando que nadie le impidió en el pasado desarrollarse imponiéndole un tope a sus emisiones.
Con respecto a REDD “la creación de un mercado de emisiones es la única manera en que el mercado puede alocar recursos y determinar el precio del CO2 almacenado”, es el argumento de los economistas neoclásicos. Si el valor de un árbol, mantenido de pie en el bosque, es mayor que el beneficio económico de la madera que se pudiera extraer del mismo, entonces los agricultores y aserradores tendrán un incentivo para conservar el bosque. Para la izquierda por el contrario, la creación de un mercado de emisiones para detener la deforestación es condenar a los bosques a una masiva privatización, ya que la única manera de contabilizar el dióxido de carbono en los árboles y mantenerlo ahí es previniendo que los bosques sean destruidos, eso significa que tienen que ser convertidos en propiedad privada, ya que mientras sean públicos nadie podrá controlar su explotación. Esto, en turno, significará un masivo desalojo de los habitantes del bosque, indígenas en su mayoría, quienes son los seres humanos más vulnerables y menos protegidos por las leyes tanto nacionales como internacionales.
Este argumento desvía la atención del tema principal con respecto a los bosques del planeta; los bosques no son importantes porque secuestran dióxido de carbono de la atmósfera (al fin y al cabo los árboles también exudan parte del CO2 que almacenan debido a, entre otros, factores climáticos), sino porque son los lugares con más biodiversidad del planeta. Aún estamos muy lejos de valorar en su total dimensión los beneficios a nivel global de la biodiversidad y los servicios ambientales prestados por los bosques. Cierta literatura académica surgida a partir de la década de los 90, ha venido dándole cierto valor económico a los bosques, pero la mayoría de esos estudios se ha dedicado a encontrar un valor económico en los servicios ambientales más evidentes: provisión de agua, oxigeno, secuestración de CO2, paisajismo, etc. La biodiversidad, en cambio, está más ligada al valor de especies de plantas y animales; la literatura en torno al valor de la biodiversidad es mucho más restringida y menos divulgada. Por otro lado, un esfuerzo por monetizar todo aquello sobre el planeta puede ser contraproducente. Los bosques son los lugares más magnificentes que existen sobre el planeta, y quizás la única manera real de salvarlos es alejándolos de la monetización y convirtiéndolos en patrimonio ya sea nacional o mundial. El debate está abierto.
El desarrollo crea degradación ambiental y emite CO2 a la atmósfera.
Respuesta: Si, pero no necesariamente. El mayor tema detrás de la protección ambiental y el calentamiento global es que esto necesariamente perjudica el desarrollo.
Es por eso que el concepto de desarrollo sustentable surgió a mediados de la década de los 80. El problema es que luego de tantos años, y sucesivas cumbres de la ONU, el desarrollo sustentable sigue siendo un concepto abstracto y sujeto a interpretaciones coloridas. Por otro lado, la crisis de la izquierda luego de la caída del muro de Berlín ha creado toda una nueva tendencia “ambientalista” de raíces marxistas cuyo objetivo no es la protección ambiental, sino el desprestigio del capitalismo como tal. Esto lejos de beneficiar el debate, lo ha perjudicado. La izquierda no necesita de un disfraz verde para resurgir; así como el capitalismo no necesita de un Marx ecológico para lucir destructivo e inequitativo. La literatura divide el tema entre una tendencia apocalíptica, i.e. puntos de inflexión, límites del desarrollo; y una tendencia “business as usual”, no pasa nada si seguimos derramando petróleo y devastando los bosques, mejor protección ambiental es un paso evolutivo en países con alto nivel de desarrollo. El tema es que algún impacto deben estar causando en el planeta 5 billones de personas, y que un tercio de la humanidad pueda ser levantada de la pobreza extrema con las técnicas clásicas de desarrollo puede significar que si los escépticos estaban equivocados podría ser muy tarde para reaccionar. Con proyecciones de 9 billones de personas para el 2050, nos enfrentamos con que más comida debe ser producida, y si los fondos para investigación alimentaria no son aumentados, y por el contrario son malgastados en cumbres y publicidad, podríamos perder, a expensas de la agricultura nada más, la mitad de los bosques que aún tenemos para la misma fecha. El tema de fondo es si los pobres de hoy, clase media de mañana, consumirán a los mismos niveles que nuestras sociedades industrializadas consumen actualmente; y de ocurrir esto, ¿tendrá el planeta los recursos para cubrir la demanda?
Esto no significa que las consecuencias del cambio climático en la tierra deban ser sufridas por los más pobres y vulnerables. Los países desarrollados tarde o temprano tendrán que aceptar su responsabilidad y ayudar con transferencia tecnológica y fondos, para que los más vulnerables se desarrollen sin contaminar ni destruir como ellos lo hicieron en su debido momento. Esto, sobre la base de que quizás no haya una segunda oportunidad para limpiar y corregir los errores; esto se llama el principio de precaución, algo que a los capitalistas no les agrada mucho.
El debate está abierto; recuerde no silenciar a su oponente si no comulga con sus ideas, y por el contrario escúchelo; eso enriquece el debate.
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