Un balance de la Cumbre del Clima en Durban
Más capitalismo verde
Josep Maria Antentas y Esther Vivas
Público_17-12-2011
Se salva a los mercados y no al clima. Así podríamos resumir lo que constata la recién terminada 17ª Conferencia de las Partes (COP 17) de Naciones Unidas sobre Cambio Climático en Durban, Sudáfrica, celebrada del 28 de noviembre al 10 de diciembre. La rápida respuesta que gobiernos e instituciones internacionales dieron al estallido de la crisis económica en 2008 rescatando bancos privados con dinero público contrasta con el inmovilismo frente al cambio climático. Aunque esto no nos debería de sorprender. Tanto en un caso como en otro ganan los mismos: los mercados y sus gobiernos cómplices.
En la cumbre del clima de Durban dos han sido los temas centrales: el futuro del Protocolo de Kioto, que concluye en 2012, y la capacidad para establecer mecanismos en la reducción de emisiones; y la puesta en marcha del Fondo Verde para el Clima, aprobado en la anterior cumbre de Cancún, con el objetivo teórico de apoyar a los países pobres en la mitigación y la adaptación al cambio climático.
Tras Durban podemos afirmar que un segundo periodo del Protocolo de Kioto ha quedado vacío de contenido: se pospone una acción real hasta el 2020 y se rechaza cualquier tipo de instrumento que obligue a la reducción de emisiones. Así lo han querido los representantes de los países más contaminantes con Estados Unidos a la cabeza quienes abogaban por un acuerdo de reducciones voluntarias y rechazan cualquier tipo de mecanismo vinculante. Pero si el Protocolo de Kioto ya era insuficiente, y de aplicarse evitaba sólo 0,1º centígrados de calentamiento global, ahora vamos de mal en peor.
Entorno al Fondo Verde para el Clima, si en un primer momento los países ricos se comprometieron a aportar 30 mil millones de dólares en 2012 y 100 mil millones anuales para 2020, cifras que de todos modos se consideran insuficientes, la procedencia de estos fondos públicos ha quedado por determinar mientras se abren las puertas a la inversión privada y a la gestión del Banco Mundial. Como han señalado organizaciones sociales se trata de una estrategia para “convertir el Fondo Verde para el Clima en un Fondo Empresarial Codicioso”. Una vez más se pretende hacer negocio con el clima y la contaminación medioambiental.
Otro ejemplo de esta mercantilización del clima ha sido el aval de la ONU a la captura y almacenamiento de CO2 como Mecanismo de Desarrollo Limpio, que no pretende reducir las emisiones y que agudizaría la crisis ambiental, especialmente en los países del Sur candidatos a futuros cementerios de CO2.
Así, los resultados de la cumbre apuntan a más capitalismo verde. Como indicaba el activista e intelectual surafricano Patrick Bond: “La tendencia a mercantilizar la naturaleza se ha convertido en el punto de vista filosófico dominante en la gobernanza mundial medioambiental”. En Durban se repite el guión de cumbres anteriores como la de Cancún 2010, Copenhague 2009... donde los intereses de las grandes multinacionales, de las instituciones internacionales y de las élites financieras, tanto del Norte como del Sur, se anteponen a las necesidades colectivas de la gente y al futuro del planeta.
En Durban estaba en juego nuestro futuro pero también nuestro presente. Los estragos del cambio climático están teniendo ya sus efectos: liberación de millones de toneladas de metano del Ártico, un gas 20 veces más potente que el CO2 desde el punto de vista del calentamiento atmosférico; derretimiento de los glaciares y de los mantos de hielo que aumenta el nivel del mar. Unos efectos que incrementan el número de migraciones forzadas. Si en 1995 había alrededor de 25 millones de migrantes climáticos, hoy esta cifra se ha doblado, 50 millones, y en el 2050 ésta podría ascender a entre 200 y mil millones de desplazados.
Todo apunta a que nos dirigimos hacia un calentamiento global descontrolado superior a los 2º, y que podría rondar los 4º, para finales de siglo, lo que desencadenaría muy probablemente, según los científicos, impactos inmanejables, como la subida de varios metros del nivel del mar. No podemos esperar hasta el año 2020 para empezar a tomar medidas reales.
Pero frente a la falta de voluntad política para acabar con el cambio climático, las resistencias no callan. Y emulando a Occupy Wall Street y a la ola de indignación que recorre Europa y el mundo, varios activistas y movimientos sociales se han encontrado diariamente en un foro a pocos metros del centro de convenciones oficiales bajo el lema ‘Occupy COP17’. Este punto de encuentro ha reunido desde mujeres campesinas que luchan por sus derechos hasta representantes oficiales de pequeños estados isleños como Las Seychelles, Granada o Nauru amenazados por una subida inminente del nivel del mar, pasando por activistas contra la deuda externa que reclaman el reconocimiento y la restitución de una deuda ecológica del Norte respecto al Sur.
El movimiento por la justicia climática señala como, frente a la mercantilización de la naturaleza y los bienes comunes, es necesario anteponer nuestras vidas y el planeta. El capitalismo se ha demostrado incapaz de dar respuesta al callejón sin salida al que su lógica productivista, cortoplacista y depredadora nos ha conducido. Si no queremos que el clima cambie hay que cambiar radicalmente este sistema. Pero los resultados de Durban apuntan en otra dirección. El reconocido activista ecologista nigeriano Nnimmo Bassey lo dejaba bien claro con estas palabras: “Esta cumbre ha amplificado el apartheid climático, donde el 1% más rico del mundo ha decidido que es aceptable sacrificar al 99% restante”.
Josep Maria Antentas es profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona y Esther Vivas es miembro del Centre d’Estudis sobre Moviments Socials de la Universitat Pompeu Fabra.
En la cumbre del clima de Durban dos han sido los temas centrales: el futuro del Protocolo de Kioto, que concluye en 2012, y la capacidad para establecer mecanismos en la reducción de emisiones; y la puesta en marcha del Fondo Verde para el Clima, aprobado en la anterior cumbre de Cancún, con el objetivo teórico de apoyar a los países pobres en la mitigación y la adaptación al cambio climático.
Tras Durban podemos afirmar que un segundo periodo del Protocolo de Kioto ha quedado vacío de contenido: se pospone una acción real hasta el 2020 y se rechaza cualquier tipo de instrumento que obligue a la reducción de emisiones. Así lo han querido los representantes de los países más contaminantes con Estados Unidos a la cabeza quienes abogaban por un acuerdo de reducciones voluntarias y rechazan cualquier tipo de mecanismo vinculante. Pero si el Protocolo de Kioto ya era insuficiente, y de aplicarse evitaba sólo 0,1º centígrados de calentamiento global, ahora vamos de mal en peor.
Entorno al Fondo Verde para el Clima, si en un primer momento los países ricos se comprometieron a aportar 30 mil millones de dólares en 2012 y 100 mil millones anuales para 2020, cifras que de todos modos se consideran insuficientes, la procedencia de estos fondos públicos ha quedado por determinar mientras se abren las puertas a la inversión privada y a la gestión del Banco Mundial. Como han señalado organizaciones sociales se trata de una estrategia para “convertir el Fondo Verde para el Clima en un Fondo Empresarial Codicioso”. Una vez más se pretende hacer negocio con el clima y la contaminación medioambiental.
Otro ejemplo de esta mercantilización del clima ha sido el aval de la ONU a la captura y almacenamiento de CO2 como Mecanismo de Desarrollo Limpio, que no pretende reducir las emisiones y que agudizaría la crisis ambiental, especialmente en los países del Sur candidatos a futuros cementerios de CO2.
Así, los resultados de la cumbre apuntan a más capitalismo verde. Como indicaba el activista e intelectual surafricano Patrick Bond: “La tendencia a mercantilizar la naturaleza se ha convertido en el punto de vista filosófico dominante en la gobernanza mundial medioambiental”. En Durban se repite el guión de cumbres anteriores como la de Cancún 2010, Copenhague 2009... donde los intereses de las grandes multinacionales, de las instituciones internacionales y de las élites financieras, tanto del Norte como del Sur, se anteponen a las necesidades colectivas de la gente y al futuro del planeta.
En Durban estaba en juego nuestro futuro pero también nuestro presente. Los estragos del cambio climático están teniendo ya sus efectos: liberación de millones de toneladas de metano del Ártico, un gas 20 veces más potente que el CO2 desde el punto de vista del calentamiento atmosférico; derretimiento de los glaciares y de los mantos de hielo que aumenta el nivel del mar. Unos efectos que incrementan el número de migraciones forzadas. Si en 1995 había alrededor de 25 millones de migrantes climáticos, hoy esta cifra se ha doblado, 50 millones, y en el 2050 ésta podría ascender a entre 200 y mil millones de desplazados.
Todo apunta a que nos dirigimos hacia un calentamiento global descontrolado superior a los 2º, y que podría rondar los 4º, para finales de siglo, lo que desencadenaría muy probablemente, según los científicos, impactos inmanejables, como la subida de varios metros del nivel del mar. No podemos esperar hasta el año 2020 para empezar a tomar medidas reales.
Pero frente a la falta de voluntad política para acabar con el cambio climático, las resistencias no callan. Y emulando a Occupy Wall Street y a la ola de indignación que recorre Europa y el mundo, varios activistas y movimientos sociales se han encontrado diariamente en un foro a pocos metros del centro de convenciones oficiales bajo el lema ‘Occupy COP17’. Este punto de encuentro ha reunido desde mujeres campesinas que luchan por sus derechos hasta representantes oficiales de pequeños estados isleños como Las Seychelles, Granada o Nauru amenazados por una subida inminente del nivel del mar, pasando por activistas contra la deuda externa que reclaman el reconocimiento y la restitución de una deuda ecológica del Norte respecto al Sur.
El movimiento por la justicia climática señala como, frente a la mercantilización de la naturaleza y los bienes comunes, es necesario anteponer nuestras vidas y el planeta. El capitalismo se ha demostrado incapaz de dar respuesta al callejón sin salida al que su lógica productivista, cortoplacista y depredadora nos ha conducido. Si no queremos que el clima cambie hay que cambiar radicalmente este sistema. Pero los resultados de Durban apuntan en otra dirección. El reconocido activista ecologista nigeriano Nnimmo Bassey lo dejaba bien claro con estas palabras: “Esta cumbre ha amplificado el apartheid climático, donde el 1% más rico del mundo ha decidido que es aceptable sacrificar al 99% restante”.
Josep Maria Antentas es profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona y Esther Vivas es miembro del Centre d’Estudis sobre Moviments Socials de la Universitat Pompeu Fabra.
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