Al igual que el resto de instituciones, la escuela huye de problematizar la crisis ecológica actual, especialmente los asuntos claves como la producción o la movilidad. Puede celebrar el día contra el cambio climático para invocar por un día el ahorro eléctrico, cuando diariamente los libros de texto encierran un currículo oculto que no sólo exalta el modelo de movilidad horizontal sino que son “auténticos manuales de educación vial para desear el coche” y alimentan la ficción del crecimiento ilimitado al “confundir sistemáticamente producción con extracción y expolio de recursos”, como apunta la comisión de educación de Ecologistas en Acción tras un rastreo de 60 libros de sexto de primaria y primero de Bachillerato.
Seguir formando consumidores y consumidoras o convertir al alumnado en el protagonista de la historia, del ecosistema. Afortunadamente hay experiencias educativas que intentan avanzar en el segundo sentido.
En torno el año 2002 un grupo de profesores del Colegio murciano Virgen de la Fuensanta ubicado junto al Parque Natural de la Alberca, trató de construir un proyecto educativo medioambiental que tuviese continuidad y que se vinculase al currículo ordinario. “Nos enteramos que existía una red de ecoescuelas y planteamos al claustro el proyecto”, nos explica Enrique Fuster Espinosa, uno de los fundadores de esta ecoescuela cuya coordinación ahora está en manos de otra profesora. Durante dos años el profesorado recibió formación y la primera iniciativa fue la ecoauditoría sobre el consumo de agua: “comprobamos en cada lugar del colegio (en lavabos y cisternas, en la cocina, el patio…) qué consumo había y si se podía reducir”, recuerda Enrique.
Los libros de texto encierran un currículo oculto que fomenta el consumo y alimenta la idea de crecimientoEn esta primera ecoauditoría consiguieron reducir el consumo de agua a un cuarto, y de paso detectaron que había una fuga. Después vendría la ecoauditoría del consumo eléctrico con la instalación de paneles solares, la de residuos y otra de ruido. El éxito de todas ellas no ha sido un consumo más eficiente sino sobre todo un consumo más consciente. Y esto ha sido posible por la implicación del alumnado como corresponsable. Del cuidado en el propio centro: la creación de un Comité Ambiental con representantes de cada clase, además de profesorado y familias, otorga autoridad a las ecoauditorías realizadas por el propio alumnado, cuyas conclusiones han sido tenidas en cuenta en la creación de una normativa ambiental del centro. Por ejemplo, tras la auditoría de residuos, el Consejo Escolar trata de comprar materiales biodegradables como propusieron los y las alumnas.
Estudiar el ciclo de la vida
La creación de ecosistemas naturales para estudiar los ciclos de la naturaleza fue otra de las iniciativas de esta ecoescuela. De momento han creado un ecosistema húmedo que consiste en un huerto escolar agroecológico. Agroecológico porque en lugar de pesticidas y fertilizantes químicos ha apostado por el control biológico de las plagas y el abono orgánico: “un año nos donaron lombrices americanas para hacer humus, con los restos de cocina hacíamos compost y también nos dieron compost verde algunas empresas de jardinería”. Enrique reconoce que era poco lo que sacaban de abono orgánico, “era más simbólico, servía para que viesen todo el ciclo de la materia”.
Aprendizaje significativo
El aprendizaje significativo a partir de la aplicabilidad y la funcionalidad de lo que se aprende es clave en cualquier pedagogía.
En este colegio murciano, tanto el huerto como las ecoauditorías han posibilitado que muchas asignaturas se hayan vinculado a procesos reales, “siempre es más fácil con la asignatura de conocimiento del medio, pero también en matemáticas es posible realizar operaciones con actividades del huerto, o en historia se pueden estudiar los sistemas de riego en el entorno”, contesta este profesor de primaria cuando le preguntamos por la inclusión de los saberes del huerto en el currículo formal.
¿Y la conciencia ecológica?
Con este aprendizaje significativo también se aprenden valores. “Yo en mi clase aprovechaba todo, por ejemplo hacíamos un calendario tecnológico donde cada niño llevaba un registro de lo que plantábamos. Cuándo empiezan las flores, los frutos, la recogida... Así van aprendiendo los procesos vitales, que han de respetar la naturaleza y que con el ahorro del agua o la agroecología nos beneficiamos todos, porque al no contaminar el agua beneficias también a tu salud”.
El éxito de las ecoauditorias no ha sido un consumo más eficiente sino más consciente por parte de todos y todasNo es fácil el cuidado del entorno escolar, “los árboles plantados aparecían muchas veces rotos, entraban de otros coles y arrancaban lo que había en el huerto, o a veces las propias familias se llevaban las lombrices para pescar”. Pero la evaluación final que hace Enrique es muy fructífera, hay un respeto por lo que se ha hecho, un sentido de pertenencia, y no es casual que cada vez haya más árboles en el colegio.
Mejor el río que la fábricaIr de excursión a la fábrica de Cuétara ha sido para muchas generaciones una forma de salir del aula cerrada y volver a casa con una galleta de recompensa. ¿No hubieses preferido visitar un Parque Regional y en lugar de consumidor ser tratado como protagonista de las políticas ambientales?El proyecto Rius, importado de Catalunya, ha posibilitado que el alumnado del Colegio Virgen de la Fuensanta adoptase un tramo de río y estudiase el índice de vida dentro del agua y los márgenes. “Los críos, de manera fácil (pues hay muchos materiales y buenos que se pueden usar de forma sencilla), sacan conclusiones sobre el índice de vida y piden a las autoridades mejoras para el entorno, como ha ocurrido con los anfibios”, explica Enrique Fuster.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/La-educacion-escolar-cercana-a-la.html
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