Las personas que la utilizan o que han oído hablar de ella suelen definir la homeopatía como una “medicina natural”. Esta vaga descripción no es fiel a la esencia pseudocientífica de esta disciplina, cuyas bases fueron establecidas por Samuel Hahnemann a finales del siglo XVIII y que han permanecido invariables desde entonces. Este médico alemán postuló que una dolencia determinada puede curarse empleando sustancias que causen síntomas parecidos a los que se sufren (de ahí su nombre: “homoios”, igual, y “pathos”, sufrimiento). Por ejemplo, los homeópatas emplean la cebolla (rebautizada como “allium cepa”, que suena más místico) para tratar el catarro sencillamente porque el olor de la cebolla también provoca congestión nasal.
Y la cosa no queda aquí: el segundo principio fundamental de la homeopatía es el de las diluciones infinitesimales. Según Hahnemann, lo que cura no es la sustancia material, sino su “espíritu curativo”, que es tanto más potente cuanto más diluida esté la preparación original. Para liberar este espíritu los homeópatas diluyen, por ejemplo, una parte de la sustancia original en 99 partes de solvente, toman una parte de la mezcla resultante y la vuelven a diluir en otras 99 partes de solvente, y así sucesivamente. Haciendo algunos cálculos, cualquier estudiante de Química sabe que a partir del ciclo 23 ya no quedará ni una sola molécula del preparado original, pero los creyentes en la homeopatía van mucho más allá: una gota de café disuelta en el Océano Pacífico no les serviría como remedio (contra el insomnio, claro) porque aún contendría demasiado “coffea cruda”, como llaman al café. La dilución idónea sería 30CH, el equivalente a una gota en 1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000 de océanos.
En los remedios homeopáticos no queda nada de la sustancia original que pueda producir ningún efecto o la cantidad de sustancia es demasiado pequeña como para producirlo. Los homeópatas lo saben, pero aseguran que funciona gracias a un mecanismo que es más que un mero efecto placebo. Sin embargo, aún no ha sido descubierto y además viola los principios de la Física y la Química. Para comprobar esto hay que apartarse del tan socorrido (y tan poco verificable) “a mí me funciona” y emplear alguna de las pruebas científicas controladas que se utilizan a la hora de verificar la efectividad de un medicamento, como por ejemplo los estudios clínicos aleatorizados con doble ciego. De forma muy breve y simplificada, esto significa que se realiza un estudio con dos grupos de personas sin ningún tipo de selección previa; a uno se le da la medicina en estudio y al otro una pastilla de azúcar (placebo) sin que ni ellos ni el médico que la dispensa sepan si les da una u otra cosa. Una vez se han puesto en marcha estas salvaguardas contra los prejuicios tanto del paciente como del experimentador, se procede a administrar el tratamiento y se comprueba su efectividad. Cuando se ha hecho este tipo de estudios, bien diseñados, el resultado es que la homeopatía no se diferencia en absoluto del placebo, cosa que se puede comprobar consultando, por ejemplo, las prestigiosas revisiones bibliográficas publicadas en la Biblioteca Cochrane Plus, accesibles para cualquier interesado.
Si nos aferramos a las pruebas, la homeopatía, parafraseando al músico Tim Minchin, viene en dos formatos: el que no se ha demostrado que funcione y el que se ha demostrado que no funciona. En los países de nuestro entorno que la incluyen en la sanidad pública se viene pidiendo repetidamente, desde ámbitos científicos y médicos, que deje de financiarse para emplear los recursos en tratamientos demostrablemente eficaces. La legislación europea, sin embargo, reconoce los remedios homeopáticos como medicamentos (si bien, significativamente, no obliga a demostrar su eficacia para autorizar su venta), y en España todos los grupos políticos han manifestado repetidamente su apoyo a esta pseudomedicina.
La situación legislativa se debe a las presiones de los laboratorios fabricantes de remedios homeopáticos, pero buena parte de la popularidad de la homeopatía entre la clase política y entre muchos ciudadanos es debida simplemente al desconocimiento de su inutilidad como terapia. Para dar a conocer lo que realmente es esta pseudociencia, hoy, a las 10:23 horas, se celebrará en más de una decena de países un “suicidio por sobredosis homeopática” convocado por la Sociedad de Escépticos de Merseyside (Reino Unido). Los participantes ingerirán una cantidad de pastillas que, si se tratase de medicamentos de verdad, los matarían casi al instante, pero, al ser remedios homeopáticos, les producirán, como mucho, una pequeña subida en el nivel de azúcar en sangre. Y es que la homeopatía no produce efectos, ni negativos ni positivos: en realidad no contiene nada.
Félix Ares es Presidente de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico (ARP). Marta Menéndez es Presidente del Círculo Escéptico. También firman este artículo: Fernando Frías, José María Mateos y Borja Robert, organizadores del “Reto 10:23” en España.
Fuente: http://blogs.publico.es/dominiopublico/3006/el-timo-de-la-homeopatia/
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