No es limpia y tampoco es segura ni barata, y, aunque a veces se olvide, el lado oscuro militar rodea y envuelve la industria nuclear. Veamos algunos nudos de este escenario nada marginal [1].
No hacemos referencia en esta conversación a las últimas intervenciones otánicas.
SLA: Hay un tema de “rabiosa actualidad” sobre el que tú te has manifestado en reiteradas ocasiones en calidad de miembro de Científicos por el Medio Ambiente (CiiMA) y del Centre d’Anàlisi i Programes Sanitaris (CAPS). ¿Qué papel ha jugado el uranio en las armas usadas en las guerras de estos últimos quince años?
ERF: Desde 1991 estamos asistiendo al desarrollo, por parte de EE.UU. y de sus adláteres de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de una serie de guerras que ellos mismos denominan, con indiscutido cinismo, “intervenciones humanitarias y altruistas”, caracterizadas por su rapidez y el uso masivo de tecnología (bombardeos aéreos, blindados, misiles, electrónica) con una alta potencia destructiva. En todas estas guerras, en la de Irak de 1991, en las de los Balcanes, en el ataque masivo a Afganistán, de nuevo en Irak en 2003, siguiendo planteamientos estratégicos de los teóricos militares del Pentágono, se ha pretendido que estas intervenciones eran altamente selectivas, centradas en objetivos militares, si bien, como ellos dicen, con algunos efectos colaterales inevitables; es decir, hablando claramente, con víctimas civiles e infraestructuras públicas devastadas. La enorme potencia destructora y la relativa selectividad –insisto: muy relativa- se obtienen gracias al desarrollo de nuevas o perfeccionadas armas, diseñadas y producidas por la poderosa industria armamentística de los EE.UU, innegablemente, la más innovadora de aquel país, cuyos beneficios por otra parte no han dejado de crecer en estos últimos años. El vicepresidente norteamericano [de la anterior administración usamericana, Dick Cheney] está muy informado de este asunto hasta el punto de que, curiosamente, sus inversiones personales están muy “focalizadas”, como se dice ahora, en estos ámbitos.
Y aquí está el uso de uranio en nuevos armamentosExacto. Mención especial merece, como ya hemos comentado, el uso de uranio “empobrecido” con fines armamentísticos, como munición para perforar blindajes dada su elevada densidad, casi el doble que la del plomo -un metro cúbico de uranio pesa 19.050 Kg-, y otras propiedades físicas. El uranio 238 es un emisor radiactivo de partículas alfa altamente energéticas que, tras padecer un conjunto de transmutaciones, deriva en otros elementos radiactivos como el torio, el radio, el radón o el polonio, y acaba produciendo plomo estable. Sus propiedades químicas y pirofóricas, dada su alta energía cinética, provocan que tras la utilización de este tipo de uranio en los obuses anticarro y contra blindajes o en proyectiles de aviación, se pulverice en finas partículas de un tamaño micrométrico y en diferentes estados de oxidación, UO2 y U3O8 principalmente. Estas partículas se dispersan por el medio, se depositan en el suelo y pueden transportarse con el viento, la lluvia u otros fenómenos a grandes distancias, lo que aumenta la posibilidad de ser inhaladas por las personas, permaneciendo en el ambiente durante millares de años emitiendo radiactividad y transformándose, por desintegración, en otros elementos de mayor intensidad radiactiva.
Pero, ¿por qué se pensó en el uranio “empobrecido”?
Porque tiene varias aplicaciones de importancia en la industria militar. Por una parte, se utiliza como componente de los contrapesos de aeronaves, para reforzar la estructura de vehículos militares como los tanques, y también como blindaje contra las radiaciones en los aparatos de radioterapia y en los contenedores de transporte de material radiactivo. Por otro lado, posee unas características que lo hacen muy atractivo. En primer lugar, es extremadamente denso y pesado, 1 cm3 pesa casi 19 gramos, de tal manera que los proyectiles con cabeza de uranio empobrecido pueden perforar el acero blindado de vehículos militares y edificios, y en segundo lugar, porque es un material pirofórico espontáneo, es decir, se inflama al alcanzar su objetivo, generando tanto calor que provoca su explosión.
La industria militar norteamericana emplea desde 1977 uranio empobrecido para revestir la munición de su artillería, y la de sus tanques y aviones, para proteger sus tanques, como contrapeso en aviones y en los misiles Tomahawk, y como componente de aparatos de navegación. Recordemos que, después de más de 50 años de energía nuclear y de producción de armas atómicas, EEUU tiene almacenadas, según datos oficiales de 2000, unas 700.000 toneladas de uranio empobrecido en forma de hexafluoruro. Insisto: ¡casi tres cuartos de millón de toneladas de uranio!, y cada año esta masa acumulada aumenta en unas 30.000 toneladas.
Y, claro está, estos desechos radiactivos deben almacenarse.
Como ya hemos comentado, el uranio empobrecido es también radiactivo y tiene una vida media de 4.500 millones de años. Por ello, estos desechos deben de ser almacenados de forma segura ¾no tan solo por su radiactividad, sino por sus obvios usos¾ durante un período de tiempo indefinido, un procedimiento extremadamente caro. Para ahorrar dinero y vaciar sus depósitos, el Departamento de Defensa y de Energía de EE.UU. cede gratis el uranio empobrecido a numerosas empresas de armamento nacionales y extranjeras. Además de EEUU, otros países como el Reino Unido, Francia, Canadá, Rusia, Grecia, Turquía, Israel, las monarquías del Golfo, Taiwan, Corea del Sur, Pakistán o Japón compran o fabrican armas con uranio empobrecido. Todos ellos, como ves, son países más o menos amigos y algunos con sus propios almacenes de tan pesado metal.
Armamento, éste del que hablamos, que en ocasiones usan países amigos de Estados Unidos como Israel. Estoy pensando en la guerra contra el Líbano de julio-agosto de 2006.
Efectivamente, basta recordar algunos datos de la situación y pensar un instante sobre ellos: el número de personas afectadas por la invasión militar del Líbano en el verano de 2006 ha sido superior al millón; los principales suministradores de armas a Israel son Estados Unidos e Inglaterra; la empresa que más beneficios obtuvo por la invasión y ataque de Israel fue la Lockheed Martin, que es el mayor contratista de Defensa de Estados Unidos. Sus acciones se revalorizaron en julio de 2006 un 8,4%, y a lo largo del primer semestre de 2006 un 23%, sus beneficios se incrementaron en el segundo semestre de 2005 un 26%, unos 580 millones de dólares. No olvidemos que los principales “productos” de la Lockheed son los misiles tierra-aire Patriot y los aviones de caza F-16. En otras empresas armamentísticas, como la Raytheon y la Northrop Grumma las subidas en bolsa en julio de 2006, durante la invasión, transitaron por el mismo sendero: 3,7% y 4% respectivamente. ¿Me permites un desahogo Salvador?
Te lo permito.
Es inadmisible, totalmente inadmisible, lo que sucedió en el Líbano.
Existe un documental de la RAI (Radiotelevisione Italiana) sobre una bomba israelí utilizada en el Líbano, en Jiam, titulado “Anatomía de una bomba”. Los autores son Flaviano Masella, Angelo Saso, Maurizio Torrealta. Juan Vivanco tradujo la información parawww.rebelion.org.
Sí, lo recuerdo. Pero antes situemos al malhadado Jiam. En esta localidad del sur de Líbano estuvo ubicada una infame cárcel israelita -centro de tortura, esa fue la definición de Amnesty International- durante los 22 años de ocupación del “área de seguridad”, al sur del río Litani, que finalizaron en el año 2000. En la guerra de 2006 la aviación de Israel bombardeó el 20 de julio su antigua prisión y la arrasó. Los bombardeos de la población continuaron y cinco días después el puesto de observación de FINUL (Fuerza Interina de Naciones Unidas en Líbano) en Jiam fue alcanzado por un misil de precisión matando a cuatro observadores hindúes. Y en junio de 2007, el día 24, muy cerca de Jiam ocurre la explosión que mata a seis cascos azules del ejército español en misión de la FINUL. La investigación de la RAI arrancaba de las mediciones de radiactividad que se habían hecho en un cráter formado por una bomba israelí durante el bombardeo de Jiam. Dos profesores de física libaneses, Mohammad Ali Kubaissi e Ibrahim Rashidi, hicieron las mediciones.
¿Qué resultados obtuvieron?
Los datos obtenidos, de 700 nanosievert por hora (nSv/h), mostraban una radiactividad bastante más alta que la media de la zona de Beirut, que era 35 nSv/h, una vigésima parte. El 17 de septiembre Ali Kubaissi llevó a este lugar al investigador inglés Dai Williams, de la organización Green Audit, para tomar unas muestras que después enviaron al consejero técnico del comité de supervisión del uranio empobrecido, dependiente del Ministerio de Defensa del gobierno británico.
¡Dependiente del Ministerio de Defensa británico!
Sí, sí, efectivamente, del ministerio de Defensa, o de Guerra, como prefieras.
Las muestras se analizaron en el laboratorio nuclear de Harwell, uno de los centros de investigación más prestigiosos del mundo. El 17 de octubre, Harwell comunicó los resultados de los análisis: dos de las diez muestras contenían radiactividad. Igualmente, según el Secretario Científico del Comité Europeo sobre Riesgo de las Radiaciones, el doctor británico Chris Busby, los estudios llevados a cabo en el suelo de los cráteres en donde impactaron los misiles mostraron "elevados signos de radiación".
El 2 de noviembre otro laboratorio británico, la Escuela de Ciencias Oceanográficas, confirmó el resultado de Harwell: en el cráter de Jiam hay uranio ligeramente…¿enriquecido? También Rainews24 ha llevado una muestra tomada por Dai Williams a la facultad de Ciencias de la Universidad de Ferrara, y los análisis, aún incompletos, han revelado hasta el momento una estructura anómala. La superficie de la muestra está formada por silicatos de aluminio y hierro, elementos normales en un fragmento de suelo, pero en su interior hay unas burbujas minúsculas con una concentración alta de hierro. Los análisis posteriores –no están finalizados en el momento en que estamos hablando- determinarán el origen de estas estructuras. Lo que parece indudable por ahora es que no son fruto de un proceso estrictamente natural.
¿De qué armas se trata?, ¿qué armas pueden dejar rastro de radiaciones y producir efectos tan letales?
Dai Williams tiene la conjetura firme de que se trata de una nueva clase de arma que utiliza otros procesos físicos que se han mantenido en secreto durante al menos 20 años. Emilio del Giudice, del Instituto Nacional de Física Nuclear de Milán, también ha llegado a la misma conclusión.
El ejército israelí ha negado el uso de armas de uranio en Líbano. Pero ¿cómo defenderse de los posibles daños causados por el uranio? ¿Qué precauciones tomarán los militares en la zona y qué tipo de análisis se han hecho para evitar estos riesgos? El documental de la RAI también aborda estos interrogantes.
¿Es el único caso dónde se ha documentado la posible existencia de nuevas armas?
No. Una investigación realizada por este canal de la televisión italiana denunció también la posibilidad de que Israel haya experimentado una nueva arma en Gaza durante el primer semestre de 2007, causando serias heridas físicas, como miembros amputados y severas quemaduras. El arma es similar a una desarrollada por Estados Unidos, conocida como DIME (Dense Inert Metal Explosive: Explosivo de metal denso inerte), que causa una poderosa ráfaga letal, aunque dentro de un radio relativamente pequeño. Al parecer se trata de una bomba cuya envoltura es de fibra de carbono y el contenido polvo de tungsteno y explosivos.
¿En qué se basa el informe italiano?
Está basado principalmente en testigos médicos de Gaza y en investigaciones llevadas a cabo en laboratorios italianos. El grupo de investigadores es el mismo que reveló, algunos meses atrás, el empleo por parte de EE.UU. de bombas de fósforo ¾aparte de la panoplia habitual que incluye proyectiles de uranio¾ en Iraq contra los rebeldes en el sitio y destrucción de la ciudad de Faluja, en abril de 2004. Además, hay declaraciones de militares implicados.
¿Cómo cuáles?
El piloto de la Fuerza Aérea Israelí Ytzhak Ben-Israel, que trabaja en el desarrollo de armas del Ejército, dijo a la prensa italiana que "una de las ideas en desarrollo de esta arma es poder dañar a los objetivos sin causar daño a inocentes".
Recuerda lo que se decía de las bombas de neutrones en los años ochenta.
Efectivamente. La investigación, realizada por RAI 24 News, concuerda con los reportes de los médicos de Gaza sobre heridas inexplicables. Los médicos explicaron numerosos casos de heridos que perdieron sus piernas, cuerpos completamente quemados y heridas por impacto de las municiones. Algunos de ellos dijeron también que removieron en las heridas partículas de municiones que no podían ser vistas en máquinas de rayos X.
Según testigos, el uso de esta arma se incrementó en julio de 2006. El doctor Habas al-Wahid, jefe de emergencias del hospital de Shuhada al-Aqsa, en Deir el Balah, declaró que las piernas de los heridos fueron cortadas de sus cuerpos, que "había señales de quemaduras cerca de los puntos de amputación, pero no se veían signos de que la amputación fuese causada por fragmentos metálicos". El Dr. Juma Saka, del hospital de Shifa, en Gaza, dijo que los médicos encontraron pequeñas entradas de heridas en los cuerpos de los heridos y los muertos. Según Saka, había un polvo extraño, como municiones microscópicas, en los cuerpos de las víctimas y en sus órganos internos.
La prensa italiana envió muestras de partículas encontradas en los cuerpos de los heridos en Gaza a un laboratorio de la Universidad de Parma. La doctora Carmela Vaccaio ha señalado que analizando las muestras encontró una alta concentración de carbón y de materiales inusuales como cobre, aluminio y tungsteno, y añadió que esos hallazgos pueden apoyar la hipótesis de que el arma en cuestión es el DIME. A propósito de lo dicho, ¿te das cuenta Salvador, de que la respuesta estándar a ello es que se trata de una posición antisemita? Como si los árabes, los amáricos, los tigriña, los arameos, los afares y tantos otros no fuesen tan semitas como los hebreos. Al fin y al cabo este concepto ¾el de semita¾ es una categoría lingüística, no étnica, en contra de lo que pretende el “correcto” uso mediático y político actual.
Sí, me doy cuenta. Hablabas antes del uso de estas nuevas armas en las guerras de los noventa.
Decía, seguramente lo recordarás, que tras el uso de este armamento en aquellas intervenciones bélicas comenzaron a describirse un conjunto de afecciones entre los militares que habían participado que se denominaron “síndrome de la Guerra del Golfo (Pérsico)” por la guerra de Iraq de 1991, y “síndrome de los Balcanes” por las guerras de Croacia, Bosnia, Serbia y Kosovo entre 1991 y 1999. Concretamente, síntomas similares al de la Guerra del Golfo se han descrito entre un millar de niños residentes en áreas de la antigua Yugoslavia donde, en 1996, la aviación norteamericana recurrió también a bombas con uranio empobrecido, al igual que durante la intervención de la OTAN contra la federación yugoslava de 1999.
Estos síndromes manifiestan aspectos no observados anteriormente y han sido muy controvertidos. Las autoridades militares y la mayoría de los dirigentes políticos, como era previsible, han negado realidad a todo ello; por el contrario, las asociaciones de afectados y sus familiares han afirmado su existencia y sus peligrosos efectos. Diversos grupos de científicos siguen considerando este tema, no creen que sean una simple invención de los afectados para conseguir ayudas públicas, aceptan una razonable duda sobre los hechos que se describen y debaten las características de estas entidades clínicas.
¿Se conocen datos concretos del uso de estos armamentos en alguna de las guerras que citabas?
En sus 110.000 ataques aéreos contra Iraq durante la primera guerra del Golfo los aviones A-10 Warthog de EEUU lanzaron 940.000 proyectiles con uranio empobrecido, mientras que en la ofensiva terrestre sus tanques M60, M1 y M1A1 dispararon otros 4.000 proyectiles también revestidos de uranio. Se estima que en las zonas bombardeadas ¾unos 20.000 km2, mayoritariamente en el sur del país¾ hay 300 toneladas métricas de desechos radiactivos, principalmente uranio empobrecido, que podrían haber afectado ya a 250.000 iraquíes. Aproximadamente, pues, unas 340 toneladas en municiones y, posteriormente, en los Balcanes, un total de 11 toneladas. Obviamente, la magnitud de lo que está sucediendo en la actual guerra contra Iraq, con un uso masivo de estas armas desde 2003, supera con creces todo lo anterior. Aunque no cuantificable hoy por hoy ¾se estima que durante la invasión en 2003 se utilizaron unas 2.000 toneladas de proyectiles con uranio empobrecido¾, algún día el inventario que se haga y sus consecuencias añadirán aún más daño y enfermedad a las actuales infamias de la guerra.
La prudente duda de los investigadores sobre estos síndromes de la que hablabas, ¿se ha reflejado en investigaciones y en publicaciones?
Desde luego. Por ejemplo, en más de 600 publicaciones internacionales relativas al síndrome del Golfo referenciadas hasta mayo de 2007 en la base de datos Medline, en la Biblioteca Nacional de Medicina del gobierno de Estados Unidos, y en el centenar, aproximadamente, de estudios sobre los conflictos de los Balcanes.
En el conjunto de estas publicaciones puede encontrarse una amplia variedad de análisis, estando todavía por efectuar una decantación metodológicamente adecuada de los datos existentes que permita establecer conclusiones definitivas. No obstante, estudios experimentales publicados recientemente son concluyentes sobre los efectos nocivos del uranio empobrecido y coherentes con las observaciones en las personas expuestas. Ejemplo de ello es el amplio trabajo de revisión, publicado en 2006, de los profesores George Jiang y Michael Aschner, de las universidades de Wake Forest (Carolina del N) y de Vanderbilt (Tennessee), respectivamente, centrado especialmente en los efectos del tal uranio sobre el sistema nervioso. Cabe también mencionar la nota publicada en el BMJ (British Medical Journal), en 2006, sobre la eliminación por la OMS en un informe al respecto de evidencias relativas a los efectos del uranio empobrecido sobre la salud.
¿Tú crees que se puede y se debe establecer alguna relación entre ambos síndromes?
Sinceramente, creo que sí. El denominado síndrome del Golfo puede y debe relacionarse con el síndrome de los Balcanes. En ambos casos se trata de un trastorno complejo, progresivo, multiorgánico e incapacitante. Las manifestaciones clínicas descritas comprenden, entre otros síntomas y signos, fatiga crónica, disfunciones neurológicas, dolor muscular y articular, alteraciones inmunológicas, cefaleas, ansiedad, anomalías ginecológicas, embarazos disfuncionales y malformaciones congénitas, problemas respiratorios, nefropatía, leucemia y otros tipos de cánceres, etc.
¿Qué causas se postulan?
Las causas postuladas para los síndromes de estas nuevas “post-guerras” son múltiples: agentes de combate químico, plaguicidas, polivacunas y demás productos protectores, agentes antigases nerviosos entre otros, materiales radiactivos, combinación de diversas exposiciones a tales agentes. Entre ellos destaca por su notoriedad el uranio empobrecido, que presenta riesgos radiológicos y de toxicidad química. El problema radica en el ingente uso, a partir de 1991, de proyectiles contra blindajes -anticarro, antibúnker, demoledores- provistos de penetradores de uranio empobrecido. Se usan estos proyectiles porque el uranio, como metal ultrapesado y pirofórico como decía, tiene mayor capacidad de perforar los blindajes de los tanques u otras protecciones que el tungsteno, que era utilizado anteriormente para estos fines.
Sin embargo, además del conocimiento experimental, diversos estudios epidemiológicos publicados en los últimos años postulan la manifestación de determinadas patologías en los veteranos militares y civiles de las guerras del Golfo y los Balcanes, en especial la aparición de tasas de leucemia superiores a las observadas en la población no expuesta a este agente. Ello sería consistente con los estudios experimentales.
De todos modos, para poder efectuar comparaciones más rigurosas, sería necesario conocer más datos, como sus actividades laborales o sus condiciones de trabajo, sobre estos veteranos de guerra de Irak y de los Balcanes donde se usó armamento con uranio 238, evaluar cuantitativamente la exposición interna a este metal, el tiempo que esas personas permanecieron allí y la cifra de tumores que sería razonable esperar en estos grupos de población si no hubieran estado en la zona, que, seguramente, sería de 3 a 4 casos por 100.000 según el tipo de leucemia considerado.
Además del incremento de leucemias, ¿qué otros efectos han sido descritos?
Entre el personal sueco, un total de 8.750 varones y 438 mujeres, implicado en las misiones de las Naciones Unidas en los Balcanes desde aproximadamente 1989 hasta 1999, se detecta un ligero incremento de cánceres totales sobre la tasa esperada, y en un grupo de militares varones aparecen 8 casos de cáncer testicular frente a los 4,6 esperados. Como en la mayoría de los estudios tampoco en éste se efectuó una estimación de la exposición real al uranio 238.
Igualmente, en un grupo de veteranos británicos de ambas guerras, expuestos todos ellos también al uranio “empobrecido”, se ha observado un incremento estadísticamente significativo de aberraciones cromosómicas del tipo inducido por las radiaciones ionizantes alfa.
Pero, significativamente, la inocuidad de este tipo de uranio seguía siendo anunciada a bombo y platillo.
Efectivamente. Curiosamente, o no tan curiosamente, en contraste con el cada vez mayor número de estudios de este tipo, la inocuidad de este tipo de uranio sigue siendo afirmada enfáticamente por diversas instituciones y medios. Si fuera así, si la utilización bélica del uranio empobrecido no causara ningún efecto sobre las personas expuestas —militares, miembros de ONGs, población local—, ¿puede alguien explicar entonces por qué las fuerzas armadas de los EEUU investigan cómo proteger a las células humanas de los efectos cancerígenos inducidos por dicho uranio? Esto es lo que se describe, entre otros muchos ejemplos que podrían citarse, en los trabajos publicados por el muy oficialista “Armed Forces Radiobiology Research Institute” de Bethesda, en Maryland.
No obstante, admito que sobre este tema quedan aún muchas cuestiones por resolver, particularmente a causa de la falta de estimaciones exactas del uranio empobrecido absorbido y a la falta de medidas de muestras de orina justo después de la exposición. Algunos estudios no disponen además de una muestra de análisis suficientemente amplia. A pesar de estas limitaciones, el uranio es un elemento potencialmente tóxico desde el punto de vista químico y radiológico que afecta fundamentalmente a los riñones, huesos, pulmones y ganglios linfáticos traqueobronquiales.
Y estaría, por otra parte, la población que sigue permaneciendo, que vive en las zonas donde se han producido todos esos conflictos.
Desde luego. Como criterio decisivo, desde el punto de vista de la salud pública, conviene tener en cuenta que la población que habita en las áreas contaminadas —numéricamente el colectivo más importante— es la que corre mayor riesgo al estar continuamente en contacto con el uranio. Por tanto, son estas personas, más que los soldados, más que los militares, más que los veteranos de los que hablamos, y de los que como mínimo se habla de vez en cuando, las que van a tener más problemas de salud. De ellas, admitámoslo, se habla muy poco o no se habla nunca. No tienen voz alguna ni acaso palabras propias para explicar lo que les ha sucedido. Son víctimas de un tablero cuyos movimientos se realizan desde instancias muy alejadas y sin tenerles en cuenta para nada. Insisto: para nada.
¿Podrías poner algún ejemplo concreto de riesgo para la población que habita en las zonas donde se han producido estos conflictos armados?
El siguiente, por ejemplo. En un reciente estudio se describe la aparición de manifestaciones similares al síndrome del Golfo y de los Balcanes en la población de varias áreas de Afganistán tras la denominada “Operación Anaconda”, aquellos bombardeos masivos de la aviación de los EEUU en 2002, usando bombas perforantes para destruir cuevas profundas donde se suponía residía Osama Bin Laden. Entre los sujetos procedentes de la región de Tora Tora, Jalalabad y otras zonas bombardeadas, los niveles de uranio 238 en orina llegaban a ser hasta 200 veces superiores a los de personas-control que participaron en la investigación. ¡200 veces!
De forma similar, los niveles de uranio 238 en el suelo y el agua de estas áreas eran –y seguramente son- muy superiores a los máximos admisibles establecidos por los organismos internacionales.
¿Se conoce la cantidad de uranio empobrecido que permanece diseminado en estos territorios?
Las cantidades exactas de uranio empobrecido diseminado durante las recientes guerras es, ciertamente, desconocida, si bien ha ido in crescendodesde la primera intervención en Irak. Una aproximación la proporciona la propia OTAN, que reconoce haber empleado durante los bombardeos aéreos de 1999 en Kosovo 31.000 proyectiles contra blindados, conteniendo cada uno 300 gramos de uranio empobrecido. Estas cifras no incluyen los bombardeos sobre Serbia ni las acciones terrestres. El armamento, conteniendo este tipo de uranio, utilizado en la guerra contra Afganistán de 2001-2002 y en la ocupación de Irak de 2003 fue considerablemente mayor.
En conclusión, y esto hay que destacarlo claramente, hoy por hoy se tienen muy pocos datos del estado sanitario de estas poblaciones, que son, al fin y al cabo, las principales víctimas de las nuevas guerras, las nuevas armas y los nuevos síndromes.
Por otra parte, aparte de los enfrentamientos directamente bélicos, estarían las pruebas con armamento atómico
Efectivamente. De 1945 a 1980 las cinco naciones atómicas reconocidas –repito: Estados Unidos, la Unión Soviética, Reino Unido, Francia y China- llevaron a cabo en el mundo pruebas de armamento atómico en la atmósfera con fines militares en 16 áreas de experimentación ubicadas en nueve países diferentes de los cinco continentes. Mientras que una parte de la exposición fue directa -radiación inmediata de neutrones y rayos gamma-, la mayoría de individuos quedaron expuestos como resultado de la lluvia de residuos radiactivos en la atmósfera tras la realización de las pruebas nucleares, llegando incluso a dosis de exposición externa de 2 Gy y a nivel tiroideo de 2 a 50 Gy en las islas Marshall de los Estados Unidos.
Los radionúclidos dispersados en la explosión llegaron a la troposfera e incluso a la estratosfera, más de 10 kilómetros de altura, donde se difundieron para caer nuevamente sobre la tierra y océanos. De entre los radionúclidos más estudiados se encuentran el estroncio 90 y el cesio 137. Los isótopos radiactivos se difundieron lentamente por el suelo y el subsuelo, siendo captados por las plantas y entrando consecuentemente en la cadena alimentaria, afectando finalmente a los seres humanos. Pero de esto ya hemos hablado antes.
Hasta aquí parte de nuestra conversación fechada en 2008. No es probable que los últimos acontecimientos político-militares falseen nudos centrales de las anteriores consideraciones.
Vale la pena recordar para finalizar fragmento de las declaraciones de 1981 a la BCC del investigador y profesor, años-luz alejado de cualquier veleidad o pasado izquierdista, el gran físico Richard Feyman. Arrojan luz sobre los territorios, cegados y alocados, que envuelven los alrededores de la empresa y apuesta nuclear: “[…] La razón original para poner en marcha el proyecto, que era que los alemanes constituirían un peligro, me involucró en un proceso que trataba de desarrollar este primer sistema en Princeton y luego en Los Álamos; que trataba de hacer que la bomba funcionase [...] Y una vez que uno ha decidido hacer un proyecto como éste, sigue trabajando para conseguir el éxito. Pero lo que yo hice -diría que de forma inmoral- fue olvidar la razón por la que dije que iba a hacerlo; y así, cuando la derrota de Alemania acabó con el motivo original, no se me pasó por la cabeza nada de esto, que este cambio significaba que tenía que reconsiderar si iba a continuar en ella. Simplemente no lo pensé […] La única reacción que recuerdo -quizá yo estaba cegado por mi propia reacción- fue una euforia y una excitación muy grandes. Había fiestas y gente que bebía para celebrarlo. Era un contraste tremendamente interesante; lo que estaba pasando en Los Álamos y lo que al mismo tiempo pasaba en Hiroshima. Yo estaba envuelto en esta juerga, bebiendo también y tocando borracho un tambor sentado en el capó de un jeep; tocando el tambor con excitación mientras recorríamos Los Álamos al mismo tiempo que había gente muriendo y luchando en Hiroshima”.
Nota:
[1] Tomado del capítulo 13º de ERF y SLA, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y en el medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona, 2008.
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