jueves, 22 de marzo de 2012

 

¿Contaminación invisible?

Gustavo Duch

Palabre-Ando_22-03-2012



Recientemente lo hemos podido leer en la prensa. «Una enigmática epidemia de insuficiencia renal crónica (ERC) azota a los braceros contratados por temporadas en las plantaciones de caña de azúcar en Centroamérica. Sin una conclusión científica contundente sobre su origen, Gobiernos e investigadores del área atribuyen la enfermedad a pesticidas y fungicidas (…) Los datos oficiales han revelado que, con una incidencia cercana a 10 casos por cada 100.000 habitantes, la ERC es la principal causa de muerte de hombres en El Salvador, y en Nicaragua provoca más víctimas mortales en la población masculina que el impacto combinado de VIH-sida y diabetes». Entre los diferentes pesticidas que aparecen en la lista de presentes y sospechosos anoten el nombre de uno de ellos, el glifosato.


También en los últimos meses hemos leído en la prensa como en el campo argentino la disputa por la tierra fértil está generando violencia y muertes. Son varios los campesinos heridos y muertos a manos de ‘pistoleros’ de terratenientes que quieren expandir su fructífero negocio del cultivo de soja. La soja transgénica, que se cultiva en ya la mitad de las mejores tierras de Argentina, es un componente básico -como en el ensamblaje de los coches- de nuestra alimentación, pues se usa en muchos productos transformados, por ejemplo de bollería, y en todos los piensos que engordan la ganadería europea. La propiedad mágica de estas semillas es su resistencia a un agrotóxico específico: el glifosato. El Roundup, que así se llama en su preparación comercial, se riega con avionetas indiscriminadamente y son muchas las advertencias desde la medicina local que le responsabiliza de malformaciones embrionarias y otras patologías sobre la población rural que vive rodeada de soja.


Claro, podemos pensar que la agricultura en otros países requiere legislaciones más restrictivas. Desde luego que sí, la aprobación de cultivos transgénicos y sus venenos asociados, como se ha denunciado en muchas ocasiones, es más que irregular, con los responsables de estas empresas circulando –por las puertas giratorias- de sus despachos a las comisiones de los organismos encargados de aprobar o no los nuevos registros. Pero, ¿sólo es un problema en países del Sur?


Por última vez, por favor, anoten. En un estudio publicado recientemente en Annals of Bioanalytical Chemistry los investigadores encontraron que el 41 por ciento de las 140 muestras tomadas de aguas subterráneas en Catalunya están contaminadas con glifosato, el ingrediente activo del herbicida Roundup. Es decir, según este estudio, padecemos una contaminación invisible que se filtra hacia acuíferos, pozos y manantiales, de un producto (no tan biodegradable como dice la empresa en su publicidad engañosa) utilizado para matar a algunos seres vivos. Para mí datos suficientemente preocupantes como para que las administraciones responsables atiendan el tema con celeridad. ¿Están las aguas de Catalunya infestadas con el mata hierbas más vendido en el mundo?


Por dos motivos debemos exigir respuesta. En primer lugar porque hablamos de productos muy potentes, en el caso del Roundup es la suma del glifosato más otras sustancias adicionales lo que lo hace tan activo. Revisando los últimos estudios encuentras investigaciones epidemiológicas realizados en Suecia y Estados Unidos y estudios en laboratorio con resultados muy preocupantes, de esos que se suelen tachar de ‘alarmistas’, que lo relacionan con un mayor riesgo de partos prematuros y de aparición de algunos tipos de mielomas y linfomas (en personas expuestas al glifosato, básicamente trabajadores y trabajadoras del campo) o que demuestran interferencias en el funcionamiento del hígado o malformaciones congénitas en los animales de experimentación.


En segundo lugar, por el ‘propietario’ del veneno y su mayor productor mundial, la multinacional Monsanto (conocida también por la fabricación del herbicida Agente Naranja, un defoliante, utilizado entre 1965 a 1969 en Vietnam y afectando a la salud de 400.000 personas y de 500.000 niños, que nacieron con defectos congénitos) que no tiene una buena reputación que digamos en las formas utilizadas para conseguir colocar sus productos en el mercado global. Sólo por eso debemos desconfiar.


Como personas consumidoras podemos intentar alejarnos de los productos que contienen soja o maíz transgénico y disminuir así nuestra exposición al glifosato, pero… ¿cómo hacemos para evitar su entrada en nuestro organismo por aguas contaminadas? Es el momento de exigir a nuestras administraciones autonómicas un control más severo de las aguas y suelos, y una prohibición (o moratoria) del uso de las formulaciones herbicidas con glifosato en base a una regla tan sensata como es el principio de precaución. El glifosato en cuestión está siendo utilizado en diversas tareas del campo y también en los parques y jardines de muchas poblaciones catalanas. Por ahí podríamos empezar, recuperando en estos espacios públicos la jardinería autóctona con plantas propias de nuestro ecosistema mediterráneo menos exigentes en agua y que permiten su manejo ecológico: sin venenos.

Fuente: http://gustavoduch.wordpress.com/2012/03/20/contaminacion-invisible/

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