Puede decirse que, hoy por hoy, el ecofeminismo o feminismo ecológico es todavía una corriente minoritaria del feminismo mundial. Su profunda crítica al modelo de desarrollo hegemónico no encaja fácilmente en la agenda del feminismo mayoritario.
En el ámbito del Estado español, el porcentaje de presencia del ecofeminismo en el conjunto del feminismo, en tanto teoría y movimiento social, es aún mucho más escaso. Aunque en los ochenta se hablaba de la posibilidad de un diálogo con el ecologismo, en el siglo XXI estamos todavía en los inicios del contacto entre los dos pensamientos más revolucionarios de nuestra época.
El ecofeminismo no se reduce a una simple voluntad feminista de gestionar mejor los recursos naturales, sino que exige la revisión crítica de una serie de dualismos que subyacen a la persistencia de la desigualdad entre los sexos y a la actual crisis ecológica. Su análisis de las oposiciones naturaleza/cultura, mujer/varón, animal/humano, sentimiento/razón, materia/espíritu, cuerpo/alma ha mostrado el funcionamiento de una jerarquización que desvaloriza a las mujeres, a la Naturaleza, a los animales, a los sentimientos y a lo corporal, legitimando la dominación del varón, autoidentificado con la razón y la cultura. El dominio tecnológico del mundo sería el último avatar de este pensamiento antropocéntrico (que sólo otorga valor a lo humano) y androcéntrico (que tiene por paradigma de lo humano a lo masculino tal como se ha construido social e históricamente por exclusión de las mujeres). La negación y el desprecio de los valores del cuidado, relegados a la esfera feminizada de lo doméstico, ha conducido a la humanidad a una carrera suicida de enfrentamientos bélicos y de destrucción del planeta.
Origen de la sensibilidad ecofeminista
A estas alturas de la historia del feminismo, ya existen varias corrientes de teoría ecofeminista. Las más recientes, de carácter deconstructivo, suelen autodenominarse feminismo ecológico para distinguirse de las precedentes. Utilizo aquí los términos ecofeminismo y ecofeminista indistintamente para todas ellas. Por razones de espacio, no puedo referirme a sus diferencias conceptuales [1]. Me limitaré a señalar el origen de la sensibilidad ecofeminista para entender mejor su situación en el Estado español.
El desarrollo de una conciencia ecofeminista se dio en primer lugar en mujeres de sociedades hiperdesarrolladas preocupadas por su salud, por los riesgos alimentarios originados por pesticidas, fertilizantes, y por los efectos perversos de la excesiva medicalización del cuerpo femenino. Estas pioneras buscaron una ginecología alternativa y holística. De allí surgió ese extraordinario manual del Colectivo de Mujeres de Boston: Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas.
En el sur de Europa todavía no hemos llegado a un nivel tan alto de desconfianza con respecto a la tecnología y a sus expertos como para que el temor permita ese cuestionamiento de la sociedad química. Las campañas feministas que denuncian la vinculación entre el aumento de casos de cáncer de mama y los xenoestrógenos de pesticidas, dioxinas, productos de limpieza, plásticos, pinturas, etc., apenas han tenido eco. El fatalista y cómodo lema “de algo hay que morir” impide la reflexión crítica sobre estos temas a gran parte de un colectivo que, recordemos a modo de síntoma, todavía ve la adicción al tabaco como una conquista de igualdad (según las encuestas, entre los más jóvenes, 31% de fumadoras frente a un 23% de fumadores varones). Aún así, hay que señalar que la versión en castellano, actualizada en el año 2000, de la citada biblia de la salud femenina, estuvo a cargo de colaboradoras de la revista Mujeres y Salud (MYS) de Barcelona.
En el llamado Tercer Mundo, la miseria de las mujeres rurales, perjudicadas por el mal desarrollo basado en pesticidas y monocultivos, la marginación de pueblos indígenas con culturas más respetuosas de la Naturaleza y el activismo ambientalista de chabolistas de algunas megaciudades inspiran a la filósofa altermundialista Vandana Shiva y a la teóloga brasileña de la Liberación Ivone Gebara. Nuestro escenario local carece de estos tintes dramáticos. Se habla poco del infierno tóxico de los invernaderos, reservado a inmigrantes. Tampoco existen culturas ajenas a la tradición judeo-cristiana por lo que el ecofeminismo, en tanto justicia social y visión mística del mundo natural, no tiene una base tan cercana en la que apoyarse. No obstante, su discurso ha generado aquí importantes grados de solidaridad feminista internacionalista, así como reflexiones de teólogas feministas.
Algunas de las primeras formas del ecofeminismo dieron una explicación biologicista de la guerra y de la crisis ecológica y vieron en las mujeres a las salvadoras del planeta frente a la tecnología destructora masculina. Este esencialismo que no atendía más que a las diferencias entre los sexos, ignorando explicaciones históricas de clase, raza y economía y retornando a la antigua identificación patriarcal entre mujer y Naturaleza, generó un fuerte rechazo en el feminismo del Estado español, orientado mayoritariamente hacia la obtención de la igualdad en el marco de una comprensión feminista socialista de las relaciones entre mujeres y hombres. Identificado con su primera plasmación, el ecofeminismo fue desestimado. Sólo unas pocas nos interesamos por su evolución posterior. Para dar a conocer las nuevas corrientes, mucho más complejas e interesantes, organizamos el Simposio Internacional Feminismo y Ecología que tuvo lugar en la Universidad Complutense de Madrid en marzo de 2001 [2].
Ahora bien, aunque se comprenda que se ha superado la inicial identificación de mujer y Naturaleza, subsiste una objeción feminista a que las mujeres se preocupen por los problemas ambientales: ¿por qué agregar una tarea más a las oprimidas mientras los opresores destruyen alegremente? Ante esta cuestión, me parecen interesantes las acciones destinadas a integrar políticas de empoderamiento del colectivo femenino con otras orientadas al desarrollo sostenible [3]. Si la preocupación por la Naturaleza se canaliza hacia la generación de nuevos yacimientos de empleo, ya no se trataría de apelar al proverbial espíritu de sacrificio femenino.
En la medida en que aumente la conciencia ecológica general, se incrementará el número de ecofeministas. Y el ecologismo ganará espacio entre las mujeres si atiende a su sensibilidad, a sus intereses y a sus aspiraciones de igualdad en la realidad de la militancia actual y en el proyecto futuro de una sociedad que atienda a las necesidades de cuidado propias de los ciclos vitales humanos y no humanos. La meta ha de ser avanzar hacia un feminismo con conciencia ecológica y hacia un ecologismo profundamente igualitario y no androcéntrico. En ambos sentidos nos queda un largo camino por recorrer.
Notas[1] Ver PULEO, A. “Feminismo y ecología”, El Ecologista, 31, verano 2002, pp.36-39; de manera más extensa en PULEO, A.,“Del ecofeminismo clásico al deconstructivo: principales corrientes de un pensamiento poco conocido”, en Amorós, Celia (ed.), Historia de la teoría feminista, en prensa.
[2] Las ponencias se recogen en CAVANA, M., PULEO, A., SEGURA, C., Mujeres, Ecología, Sociedad, ed. Almudayna, Madrid, 2004.
[3] Así, fruto de un acuerdo de la Consejería de Medio Ambiente y el Instituto de la Mujer de Andalucía, el proyecto Geoda se propone, con las posibilidades y limitaciones propias de lo institucional, investigar, asesorar, sensibilizar, impulsar movimientos ambientales liderados por mujeres, formar y apoyar iniciativas de empleo para las mujeres compatibles con el respeto al medio ambiente.
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