En los albores de la comunicación cibernética, el e-mail (correo electrónico) se utilizaba del mismo modo que el correo convencional: mensajes informales a amigos y familiares enviando saludos, informando o preguntando sobre una situación en particular, alguna que otra “carta virtual” formal relacionada con cuestiones laborales o dirigida a personas que por diversos motivos requerían un trato más prudente o considerado.
Hoy en día, es habitual a brir el correo electrónico y encontrarse en la casilla con varios correos que comiencen en el Asunto con FWD (reenvío) o tener más de alguno con remitente desconocido.
Son las famosas cadenas, mensajes de correo en su mayoría engañosos que promueven una aparente campaña benéfica, o alertan sobre el último virus aparecido.
Muchos de estos mensajes contienen textos alarmantes en los que se señala que si no son reenviados a tu libreta de direcciones, corres el riesgo quedar infectado con un virus, perder el trabajo o llenarte de mala suerte. Otros juegan con la sensibilidad de los internautas invocando casos supuestos de enfermedades, desaparición de niños o hacen colectas de solidaridad; mientras que otros usan el viejo estilo de las cadenas de la suerte que amenazan con una serie de calamidades si son cortadas. Pero, como es lógico, hay gente que ha roto las cadenas, y no les ha pasado nada; y otros que las han continuado y no se han hecho millonarios.
Ni qué hablar de los correos que supuestamente contienen información política y cuyo contenido es digno de la prensa amarilla o de los programas vespertinos de chismes de la farándula.
Gran parte del material que circula en Internet utiliza el mismo mecanismo que el resto de los medios audiovisuales, a fuerza de repetir y repetirse, de reproducir de manera exponencial una información, termina instalándola como una verdad material, absoluta e indiscutible. Podríamos citar como ejemplo paradigmático la supuesta tenencia de armas químicas por parte de Irak. Como dice el periodista y analista de medios Ignacio Ramonet: “La información circula de manera sobreabundante y nadie la puede detener”.
Así, puede ocurrir que los medios de comunicación, a través de una construcción intelectual repetida hasta el empacho, nos convenzan de que fulanito es el mejor candidato para las próximas elecciones o que menganito es una amenaza para todo el continente.
La despersonalización de la comunicación se ha hecho carne en los usuarios del ciberespacio, se ha instalado de manera preocupante: no te escribo, te reenvío algo que alguien, a su vez, me reenvió a mí: ¡vaya paradoja, vivimos interconectados y cada vez más incomunicados!
Si antes escuchábamos: “es verdad, lo vi en la tele”, hoy es muy común que alguien diga: “es cierto, está en Internet”.
Las nuevas formas en materia de comunicación: contenidos multimedia, hipertextualidad, inundan la red con copiosa información contenida en millones de gigabytes y es esa exuberancia informática la que, a menudo, termina confundiendo, desinformando.
En 1930 Bertrand Russell dijo: "ya que en los colegios ingleses se les enseña a leer los diarios a los niños, sería importante enseñarles a leerlos con incredulidad."
Hoy deberíamos no sólo leer los diarios con incredulidad sino también ser oyentes, televidentes y navegantes de Internet incrédulos: personas dueñas de espíritu y conciencia críticos que, al menos en lo que a información se refiere, nos permitan ser libres de la noticia empleada como una mercancía más. Porque el otrora Cuarto Poder ha sido herido de muerte por el Quinto, el poder económico.
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