Son 40 mil indígenas que viven confinados en tierras ancestrales que les han sido arrebatadas por los hacendados locales. El gobierno de Lula da Silva, comprometido en regresarles las tierras que les pertenecen, tarda y no cumple. Mientras, los indígenas sobreviven entre la desnutrición, las consecuencias sociales y las balas de los guardias privados.
Volvió vivo, pero sin las hojas de palmera ni su mochila. “¡Pasó rozando!”, dice, y con su mano simula el trayecto que hizo la bala próxima a su cabeza. “Fueron varios tiros, tuve que esconderme atrás de los árboles hasta que la situación se calmó”. Pío ya está acostumbrado a la ofensiva de los guardias de las haciendas que limitan con su comunidad indígena, pero esta vez no entendió los disparos. “Hice todo bien: pedí autorización antes de entrar. Quienes me dispararon fueron los dos guardias de la otra hacienda vecina”.
El nuevo pedido para entrar en la propiedad, negado. Si hubiera muerto en sus tierras daría mucho dolor de cabeza, fue la justificación que le presentaron. De cualquier forma, tendría que volver por su mochila y por las hojas que sirven de techo para su casa.
Era un domingo en junio de 2009, en la Tierra Indígena guaraní-kaiowa Ñanderu Marangatu, localizada en el municipio de Antônio João, estado de Mato Grosso del Sur (MS), en la frontera de Brasil con Paraguay. Pero esto podría haber ocurrido, como de hecho ocurre, en cualquiera de las más de 30 tierras indígenas guaraní-kaiowa que están en la demarcación de Mato Grosso.
En lo que esta aldea se diferencia de las demás es que Ñanderua Marangatu ya fue reconocida como tierra indígena por el presidente Luiz Ignacio Lula da Silva en marzo de 2005. Fue en esa misma tierra, en su propia tierra, que Pío tuvo que salir huyendo cuando en buscaba materia prima para su sustento.
Confinamiento. Así es como los antropólogos acostumbran referirse a las áreas indígenas guaraní-kaiowa de MS. El pueblo con mayor población indígena de Brasil, alrededor de 40 mil personas, vive en tierras fragmentadas que suman poco más de 40 mil hectáreas.
En contraste, la Tierra Indígena Raposa Serra do Sol (estado de Roraima) –reconocida como Tierra Indígena en 2005, pero que por acciones de los hacendados era accesible para los indígenas sino hasta 2009 por decisión de la Suprema Corte– prevé 1,7 millones de hectáreas para 19 mil indios. Sin embargo, como en el caso de Ñanderu Marangatu, en las demás tierras guaraní-kaiowa los indios están confinados en áreas muy pequeñas, muy parceladas y rodeadas de haciendas de soja, ganado y caña.
Sin tierra o con muy poca tierra, muchas veces es en la merienda ofrecida por la escuela indígena del gobierno municipal que los niños guaraní-kaiowa tienen la única oportunidad de acceso a una comida. Cuando los alumnos dejan la escuela corren el riesgo de la desnutrición. Para que puedan comer hay un proyecto del gobierno federal.
En la escuela Ñanderu, frente a la fila de más de diez niños acompañados por sus padres esperando que les sirvan su comida, un profesor indígena comenta: “No necesitamos que nos den comida, nosotros, lo que necesitamos, es la tierra para cultivar. Eso que el gobierno hace es asistencialismo. Y con las canastas básicas que nos dan, ellos quieren que dependamos de ellos”.
Y de hecho, en la actual coyuntura dependen. En 2007, cuando el servicio que proporciona las canastas básicas de los gobiernos estatal y federal fue suspendido, siete niños murieron de hambre en MS. Esta es la zona con el índice más alto de desnutrición infantil en poblaciones indígenas de Brasil.
Pero la comida no es el único producto que el indígena consigue de la tierra. También obtiene plantas, maderas sagradas, hierbas medicinales, leña para cocinar, madera para construir sus casas, animales para la caza, hojas de palmeras para hacer sus techos y sobre todo espacio para vivir.
La tierra es el espacio para que las personas y las familias transiten y realicen los Guashires (fiestas-reuniones);. También es donde las familias discuten entre ellas y se separan, ocupando áreas distintas. Estas son dinámicas sociales muy comunes entre los guaraní-kaiowa. El medio ambiente es el que garantiza la sustentabilidad de la vida en las comunidades de estas aldeas.
Ni tierra, ni mata. Con uno de los mayores índices de concentración de latifundios del país, actualmente el paisaje de MS es invadido por los cultivos de soja y de caña. A la orilla de la carretera, que es el margen de las plantaciones, es posible mirar en pequeños carteles el nombre de las multinacionales del ramo que financian al agronegocio en Brasil, como son Bünge y Cargill.
La consecuencia, además del confinamiento en el que se encuentran los indígenas, es una devastación ambiental que supera el límite permitido por la ley. De los bosques y los cerros originarios no quedan más que el 7%, cuando la exigencia legal es que se preserve por los menos el 20% de la mata nativa. Muchas de las áreas indígenas que esperan ser reconocidas ya fueron totalmente devastadas.
Síntomas de ese ambiente desfavorable en que viven los guaraní-kaiowa, además de la desnutrición infantil, son los homicidios y la epidemia de suicidios, ambos con índices superiores a la media nacional. Según datos del gobierno federal, el promedio de suicidios entre esas poblaciones es de 100 muertos cada 100 mil habitantes, mientras que el promedio nacional es de 4,5 muertos por 100 mil.
MS registra el mayor número de indígenas asesinados en el país: fueron 53 muertos en 2007. Para tener una idea, si la tierra indígena de Dourados (MS) fuera considerada un municipio, éste sería el más violento de Brasil. Aunque gran parte de los asesinatos se deben a conflictos entre las familias indígenas, acentuados por la escasez de recursos y comida, hay también varios crímenes de persecución política contra los indígenas. Es el caso, por ejemplo, de Dorvalino Rocha, asesinado en Ñanderu por un guardia contratado por los hacendados, en la víspera de navidad de 2006.
A veces, los asesinatos se vuelven aún más crueles: atropellamientos intencionales que no son registrados como casos de homicidio. En Ñanderu, en el primer semestre del 2009, una señora fue atropellada por un camión cuando caminaba con su marido en la orilla de la carretera que limita con su comunidad. Según relatos de testigos, el camión salía de la hacienda, la misma que contrata los guardias que le dispararon a Pío. “Arrastro el cuerpo de la señora por más de 100 metros, sin ayudar a la víctima”, cuenta una indígena de la comunidad. “La policía local consideró el caso como un atropellamiento común. No quisieron escuchar el testimonio del marido presente al momento del atropellamiento y que vio todo”, protesta. El chofer fue liberado. La víctima no era una líder indígena, pero el crimen sirve como aviso a los demás y para que vivan en un régimen del terror.
Las tierras reivindicadas por los guaraní-kaiowa podrían llegar hasta las 600 mil hectáreas, menos del 2% del territorio de MS. Sin embargo, la presión de los hacendados de la región que amenazan y persiguen a los antropólogos responsables por ese trabajo de delimitación, entre otras cosas, dificulta que las demarcaciones sean concretizadas. “Habrá derramamiento de sangre, si fuera necesario”, son frases que salen de la boca de los hacendados.
Los guaraní-kaiowa dieron un ultimátum para que esta situación sea resuelta. En la última Aty-Guaçu (grande reunión, en guaraní) realizada en octubre de este año, los líderes indígenas establecieron finales de noviembre como plazo para que el gobierno federal dé continuidad al proceso de reconocimiento de las tierras indígenas guaraní-kaiowa, tal y como se había comprometido a hacer en 2007. De lo contrario, ellos mismos las retomaran.
Lo anterior se da porque en dos años poco se ha hecho, según afirma el relator de la ONU, James Anaya, quien estuvo en MS en agosto de 2009. Así, indígenas anónimos como Pío arriesgan diariamente sus vidas por cosas tan elementales como una mochila y algunas hojas de palmera. Finalmente en Mato Groso ellos valen menos que las balas que los matan. www.ecoportal.net
Traducción: Waldo Lao
Desinformemonos
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