La depresión de la economía ha causado una explosión de ira popular contra la "avaricia" de los banqueros y sus "obscenos" incentivos. Esto se ha visto acompañado de una crítica más amplia del "crecimientismo" ("growthmanship") – la búsqueda del crecimiento económico a toda costa, independientemente del daño que pueda causar al medio ambiente de la Tierra o a nuestros valores compartidos.
En 1930, Keynes predijo que para 2030, trabajaríamos quince horas a la semana. Pero subestimó nuestro apetito de opulencia.
La depresión de la economía ha causado una explosión de ira popular contra la "avaricia" de los banqueros y sus "obscenos" incentivos. Esto se ha visto acompañado de una crítica más amplia del "crecimientismo" ("growthmanship") – la búsqueda del crecimiento económico a toda costa, independientemente del daño que pueda causar al medio ambiente de la Tierra o a nuestros valores compartidos.
John Maynard Keynes encaró esta cuestión en 1930, en un breve ensayo titulado "Las posibilidades económicas de nuestros nietos".[1] Keynes predijo que en cien años –es decir, hacia 2030– el crecimiento del mundo desarrollado se habría detenido de hecho, debido a que la gente ya "tendría suficiente" para llevar "una buena vida". Las horas de trabajo remunerado se reducirían a tres diarias, una semana laboral de quince horas. Los seres humanos serían como "los lirios del campo, que no se afanan ni hilan".[2]
La predicción de Keynes descansaba en el supuesto de que, con un incremento anual del 2% en el capital, un incremento del 1% de la productividad y una población estable, el nivel medio de vida se multiplicaría por ocho como promedio. Esto nos permite averiguar cuánto pensaba Keynes que era "suficiente". El PIB per cápita en el Reino Unido a finales de la década de 1920 (antes del crac del 29) era aproximadamente de 5.200 libras (unos 8.700 dólares) valoradas hoy. De acuerdo con ello, estimaba que un PIB per cápita de aproximadamente 40.000 libras (66.000 dólares) sería "suficiente" para que los seres humanos dirigieran su atención a cosas más agradables.
No está claro por qué pensaba Keynes que la renta per cápita nacional británica multiplicada por ocho sería "suficiente". Lo más probable es que tomara como baremo de suficiencia los ingresos de un rentista burgués de su tiempo, que eran como diez veces los del trabajador medio.
Ochenta años más tarde, el mundo desarrollado se ha acercado a la meta de Keynes. En el año 2007 (es decir, antes del crac), el FMI informó de que el PIB medio per cápita en los Estados Unidos se mantenía en 47.000 dólares y en 46.000 en el Reino Unido. Dicho de otro modo, el Reino Unido ha experimentado un crecimiento multiplicado por cinco del nivel de vida desde 1930, pese a la falsificación de dos de los supuestos de Keynes: "nada de guerras de gran envergadura" y "sin crecimiento demográfico" (en el Reino Unido, la población es un 33% mayor que en 1930).
La razón de una ejecutoria tan brillante es que el crecimiento anual de la productividad ha sido más elevado de lo que Keynes proyectaba: cerca de un 1,6% para el Reino Unido y un poco más elevado en el caso de los EE.UU. Países como Alemania y Japón se han desempeñado aún mejor, pese a los efectos tremendamente negativos de la guerra. Es probable que el "objetivo" de Keynes de 66.000 dólares lo alcance la mayoría de los países occidentales para 2030.
Pero resulta igualmente improbable que este logro termine con la insaciable busca de más dinero. Asumamos, precavidamente, que hayamos cubierto dos tercios de la distancia que nos separa de la meta de Keynes. Podríamos haber esperado que se redujeran las horas de trabajo en dos tercios. De hecho, se han reducido sólo en un tercio, y la reducción se interrumpió en la década de 1980.
Esto vuelve enormemente improbable que alcancemos la jornada laboral de tres horas para 2030. También resulta improbable que vaya a detenerse el crecimiento, a menos que la naturaleza misma imponga un parón. La gente seguirá trocando ocio por mayores ingresos.
Keynes minimizó los obstáculos de esta meta. Reconocía que existen dos tipos de necesidades, absolutas y relativas, y que estas últimas pueden ser insaciables. Pero subestimó el peso de las necesidades relativas, especialmente a medida que las sociedades se enriquecían y, por supuesto, el poder de la publicidad para crear nuevas necesidades, e inducir así a la gente a trabajar con el fin de ganar dinero con el que satisfacerlas. Mientras el consumo sea conspicuo y competitivo, seguirá habiendo renovadas razones para trabajar.
Keynes no ignoraba del todo el carácter social del trabajo. "Seguirá siendo razonable", escribió, "buscar la finalidad económica de los demás después de que haya dejado de ser razonable para uno mismo". Los ricos tenían la obligación de ayudar a los pobres. Keynes no pensaba probablemente en el mundo en desarrollo (la mayor parte del cual apenas había comenzado a desarrollarse en la década de 1930). Pero la meta de la reducción de la pobreza global ha impuesto una carga de trabajo extra a la gente de los países ricos, a través tanto del compromiso de ayuda exterior y, lo que es más importante, de la globalización, que aumenta la inseguridad en el empleo y, sobre todo en el caso de los menos cualificados, contiene los salarios.
Además, Keynes no se enfrentó realmente al problema de lo que haría la mayoría de la gente cuando ya no precisara trabajar. "Es un problema temible para una persona corriente, sin talentos particulares, ocuparse de sí misma, sobre todo si no tiene raíces en el lugar, en las costumbres o en las queridas convenciones de una economía tradicional". Pero puesto que la mayoría de los ricos - "aquellos que disfrutan de una renta independiente, pero carecen de vínculos u obligaciones o lazos" han "fracasado de una forma desastrosa", ¿por qué iban a hacerlo mejor los que hoy son pobres?
Creo que en esto Keynes se acerca al máximo a la respuesta de la cuestión de por qué su "suficiente" no será, de hecho, bastante. La acumulación de riqueza, que debería ser un medio para alcanzar "la vida buena", se convierte en un fin en sí mismo, pues destruye muchas de las cosas que hacen que valga la pena vivir. Más allá de cierto punto -que la mayor parte del mundo dista de haber alcanzado- la acumulación de riqueza sólo ofrece placeres substitutivos para las pérdidas de verdad que exige en lo que toca a las relaciones humanas.
Encontrar los medios de nutrir los apagados "vínculos u obligaciones o lazos" que son tan esenciales para que florezcan los individuos constituye el problema por resolver en el mundo desarrollado, y empieza a perfilarse para los miles de millones que acaban de subirse a la escalera del crecimiento. Bien lo dijo George Orwelll: "Todo progreso se contempla como una lucha frenética dirigida a un objetivo que esperamos y rogamos para que no se alcance nunca".www.ecoportal.net
Robert Skidelsky es profesor emérito de economía política de la Universidad de Warwick, es conocido sobre todo por su monumental biografía en tres volúmenes de Lord Keynes. Su último libro, publicado en septiembre de este año con el título Keynes: The Return of the Master, versa sobre la actual crisis económica.
The Guardian, noviembre 2009 - Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
Notas:
[1] En Papeles de Economía Española, nº 6, 1981, páginas 353-361.
[2] La cita evangélica se encuentra tanto en Lucas, 12, 27 como en Mateo 6, 28.
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