Uno de estos sermones, de hace un par de años aproximadamente (Público, 7 de diciembre de 2007), fue comentado con detalle por el médico, farmacólogo e investigador Eduard Rodríguez Farré en su libro Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear…[1] Les recuerdo algunos de sus pasajes.
En el primero apartado del último capítulo del libro se habla de los accidentes nucleares:
Apunta [MLL] en primer lugar, que ninguno de los problemas de las centrales nucleares es significativo. Señala que actualmente existen 441 reactores funcionando en el mundo y que en cinco décadas sólo se ha producido un accidente grave el de Chernóbil, donde coincidieron, señala, “circunstancias tan insólitas que si se hubiera planificado perversamente no habría salido peor”.
Pues con su primer argumento no estoy nada de acuerdo. Ya hemos hablado de ello largamente. Chernóbil no ha sido el único accidente de importancia en la historia de la industria nuclear. Ha habido numerosísimos accidentes de todo tipo: muy graves, potencialmente graves y accidentes menores. Todo ello, sin tener en cuenta el larguísimo número de “incidentes” que se han ocultado y en los que se sospecha que lo que realmente sucedió fueron “accidentes” más o menos serios. En este punto creo que a Lozano Leyva le falta información o bien tiene una noción de “accidente grave” que no logro ni puedo compartir.
En un segundo punto, el tema discutido son los residuos radiactivos:
Sobre los residuos radiactivos, apunta que aventajan a los de las centrales térmicas porque se localizan puntualmente y no se esparcen en la atmósfera. Ambos duran miles años pero en el caso de los radiactivos se vislumbra una nueva tecnología de eliminación por transmutación. No existe nada parecido con el CO2 y los otros gases de las centrales térmicas.
- Es bien cierto que los residuos generados por las centrales térmicas, especialmente las de carbón, no son inocuos, no podemos ignorarlo, y que tienen una incidencia importante sobre el medio ambiente. Sin embargo, no es verdad que los residuos generados en las centrales térmicas duren miles de años con la excepción, si es el caso, que no siempre es así, de los escasos residuos radioactivos que éstas puedan generar.
- En todo caso, nunca es bueno comparar entre “dos males” y, desde luego, tanto las centrales nucleares como las centrales térmicas de carbón lo son. A quienes propugnan la “solución nuclear” hay que indicarles que de lo que se trata es de buscar soluciones que sean lo menos dañinas posibles para el medio ambiente y la población y eso pasa, sobre todo, por la reducción del consumo energético, la reducción de su desigualdad en el mundo y la apuesta en serio, no sólo como juego lingüístico floreado en tribunas públicas a las que no se concede ninguna importancia real, por las energías renovables.
El siguiente apartado se centra en el encarecimiento del uranio, del material nuclear:
Señala también el catedrático de física sevillano que el verdadero problema no reside en la seguridad ni en los residuos sino en el probable encarecimiento del uranio: si se multiplican las centrales por diez, pongamos por caso, el uranio se encarecería, la probabilidad de accidentes aumentaría y “el control de los residuos radiactivos exigiría mucho más que unas decenas de guardias civiles”.
No comento el punto de las decenas de guardias civiles, que me parece mal expresado e impropio de un educador científico de la ciudadanía pero con el resto de afirmaciones estoy de acuerdo con algún matiz. El uranio, por otra parte, no sólo se encarecería sino que ya se ha encarecido enormemente como ya hemos indicado, además de que podría agotarse en pocas décadas.
Luego, por tanto, si se extendiese el uso de la energía nuclear, y parece que ésa es su apuesta, Lozano Leyva debería admitir como mínimo tres problemas, tres graves problemas en su apuesta: neto encarecimiento de la fuente primaria y su agotamiento previsible a corto plazo; mayor riesgo de accidentes, y mayores problemas de seguridad para los residuos radiactivos.
Ya sé que no existen soluciones perfectas en casi ningún asunto humano de importancia pero no es poca cosa lo que se acaba de apuntar.
La temática siguiente es la discusión sobre el desarrollo de “infinidad“ de vías nucleares:
Pero para él, admitiendo la necesidad de menor consumo energético y de estabilizar el número de habitantes del planeta, hay que apostar por el desarrollo de infinidad -según sus propios términos- de vías nucleares de producción de energía eléctrica, como el uso del torio, que, en su opinión, “la demagogia ha frenado”. Las energía alternativas, para él la solar, la térmica o la fotovoltaica, es la única viable, dado su pequeño rendimiento sólo cuentan como energías complementarias.
La transmutación de residuos nucleares -bombardear residuos nucleares con partículas subatómicas para transformarlos en elementos no radiactivos- es una materia en la que no se ha avanzado significativamente en las últimas décadas. A pesar del esfuerzo realizado, no hay resultados que ni tecnológica ni económicamente sea factible realizar industrialmente ni a breve ni a largo plazo. Existen grandes instalaciones pero para obtener transuránicos en cantidades ínfimas de materia, y nosotros estamos hablando de millares de toneladas. Si me permites, más que una apuesta razonable me parece un brindis al sol de la ciencia ficción. Hay aquí, creo, una confianza excesiva y poco razonable por un escenario científico-tecnológico del que apenas hay indicios.
- Pero si llegase a funcionar…
Aún en el hipotético caso de que la técnica de la transmutación llegase a funcionar en un futuro, por el momento no previsible, no lograría hacer desaparecer del todo los residuos radiactivos, por lo que el problema permanecería, con distintas dimensiones, y no evitaría la discusión sobre la necesidad de tener que construir un cementerio nuclear. Recientemente, Carlos Bravo, responsable de la campaña de energía de Greenpeace, ha declarado que en materia de residuos radiactivos no hay panaceas ni varitas mágicas. “Hacemos un llamamiento a la responsabilidad de quienes tratan de confundir a la opinión pública con soluciones mágicas en materia de residuos radiactivos". Yo estoy totalmente de acuerdo con él.
Ante esta situación, no es extraño que no haya consenso social ni político para resolver este problema. Esto explica, como decíamos, el fracaso de los sucesivos planes de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA) de implantar un cementerio nuclear de residuos de alta actividad en España, el conocido como ATC (Almacén Temporal Centralizado). Para mí, el verdadero consenso pasa por establecer previamente un calendario de cierre de las centrales nucleares.
MLL volvió el pasado jueves 28 de enero de 2010 al tema nuclear. El título de su columna: “Solidaridad nuclear”. Ni más ni menos. El motivo de su nota: las reacciones ciudadanas ante el almacén temporal centralizado y su airada posición frente a lo que considera vías poco democráticas.
En su opinión, nada (nada es nada) ha sucedido recientemente en nuestro país “más pasmoso, por chusco, que el alboroto municipal generado por las candidaturas a acoger el almacén temporal centralizado (ATC) de residuos radiactivos”. ¿A qué reacciones se refiere MLL? A las siguientes. Recuérdese: es todo un científico, un catedrático de física, quien elige los ejemplos -que no documenta, su memoria supuestamente acuña muy bien todas sus moneda porque incluso cita entre comillas- y escribe:
Una señora decía que ella era diabética y que “esas cosas” le sentaban fatal. Un joven clamaba enardecido que la salud de sus hijas era más importante que el dinero que llevara el ATC.
Probablemente MLL no tenía ningún otro testimonio a mano. Todos los comentarios que han llegado a sus oídos, según parece, son tan “chuscos” como los dos que él cita.
Nadie, prosigue, le ha explicado “a la señora” de “las cosas” la absoluta imposibilidad de que su dolencia se viera afectada. Tampoco al joven que, aquí vienen los números grandes que tanto suelen impresionar y que MLL no tiene necesidad de documentar,
[…] la probabilidad de que la salud de sus hijas las alterara el ATC es entre un millón y mil millones de veces menor de que sufrieran un accidente de tráfico o pillaran una enfermedad grave”.
Por ello, por todo ello, por esta “demostrada inocuidad”, ciudades como Madrid, Sevilla, Barcelona, Zaragoza, Valladolid, Bilbao o Valencia están ansiosas por ser candidatas y suspiran sin pausa y con prisas por ser elegidas sede del almacén nuclear. Presentan candidaturas fuertes, mueven todos sus potentes hilos y sus redes extensas. Aún más: cuentan las crónicas que los vecinos de Pedralbes, uno de los barrios altos-altos de Barcelona, están organizando un fuerte movimiento ciudadano para convencer al alcalde señor Hereu que Barcelona renuncie a albergar los juegos olímpicos de invierno y que, en su lugar, la ciudad condal, al antigua Laye, pase a ser, en conjunción no inconsistente, la millor botiga del mundo y el mejor almacén nuclear del Universo.
España, prosigue MLL, lleva casi cuarenta años fabricando electricidad con centrales nucleares sin haber producido ningún afectado: cero heridos y muertos. ¿De dónde saca esas cifras el señor catedrático? ¿Qué significa aquí la palabra “afectado”? ¿Conoce bien los estudios epidemiológicos que se han llevado a cabo en torno a poblaciones cercanas a centrales nucleares? ¿No sabe nada de muertes prematuras? ¿No conoce las imprudencias cometidas por trabajadores desinformados y envalentonados?
Por lo demás, MLL no recuerda, para qué, el accidente nuclear militar de Palomares que pudo haber sido una “desgracia nuclear” de primer orden. Se dirá: el azar no sólo interviene en las mutaciones sino también en el devenir histórico. Pues menos mal.
En España, según MLL, hay centenares de expertos independientes en energía nuclear: el personal del CSIC, del Centro de Investigaciones Tecnológicas y Medioambientales, del Consejo de Seguridad Nuclear y de muchas de universidades. Que todos ellos sean independientes, que el Consejo de Seguridad Nuclear no tenga posiciones definidas, está por ver, y lo visto hasta ahora, admitiendo actuaciones diferenciadas, señala dudas razonables sobre la cuestión cuando no demuestra tesis más rotundas, pero no deja de ser muy significativo que tratándose de analizar el peligro que para la salud humana y el medio ambiente conlleva el uso de la energía nuclear y los residuos que genera, y su almacenamiento centralizado para ser más concretos, y los transportes y viajes por carretera que va a ser necesario efectuar, se ponga el acento en técnicos, expertos, ingenieros y científicos nucleares (o afines) y apenas se cite la voz y el saber que debería ser esencial en una cuestión así: médicos, epidemiólogos, farmacólogos, investigadores de la salud. Daré cinco nombres, entre muchos otros, que podrían ayudar a MLL en sus reflexiones sobre el tema: Eduard Rodríguez Farré, G. López-Abente, Oriol Martí, Anna Cirera y Joan Benach.
¿Han llamado los alcaldes a alguno de ellos, a algunos de estos expertos se pregunta Lozano Leyva, para que les explique a los vecinos las virtudes, inconvenientes y supuestos riesgos de un ATC? Él sospecha y sostiene que no. Se equivoca. Algunos alcaldes, me consta, lo hicieron en momentos y épocas anteriores y lo siguen haciendo actualmente. No sólo alcaldes, sino ciudadanos interesados, trabajadores afectados, luchadores sindicales, activista de movimientos. Y lo hicieron y lo siguen haciendo esta vez, preguntando a colectivos y organizaciones independientes que no dependen ni quieren depender del poder y la gloria de corporaciones e instituciones.
Por lo demás, curiosamente, el señor MLL no hace mención a lo que sin duda es un escándalo democrático-ciudadano: el alcalde de Ascó sigue estando vinculado a la centrar nuclear y las empresas eléctricas propietarias compraron voluntades sigilosa o abiertamente, y siguen haciéndolo desde luego, diseñando estrategias, lanzando medias verdades, abonando miedos e inseguridades, llamando puerta a puerta, prometiendo falsariamente el oro y la plata, cultivando todo valor insolidario que se ponga por delante. Lo ya sabido, la sal y sustancia de su tierra.
Y no sólo eso: Lozano Leyva pregunta, sabiendo la respuesta, si esos alcaldes “han preguntado sobre la solvencia profesional de los forasteros quevociferan en las plazas de sus pueblos”. ¿Forasteros que vociferan? ¿En quién estará pensando Manuel Lozano Leyva? ¿No les suena a latiguillo gastado y rancio su frase? ¿No les recuerda algunas informaciones sesgadas de los informativos del, digamos, “Régimen anterior?”
El catedrático de física cree “sinceramente”, el término es suyo, que en estas circunstancias es imposible ejercer la democracia. Como no se acaba de entender a qué circunstancias concretas se está refiriendo Lozano Leyva -acaso a la falta de información, a miedos injustificados o a que no hacemos caso de las informaciones de un experto como él que ni es forastero ni vocifera en plazas-, no es fácil falsar o discutir su fuerte y pesimista creencia sobre el ejercicio de la democracia pero, bien mirado, el ciudadano MLL debería aceptar, y acaso creer, que es un buen, un excelente ejercicio democrático participar y discutir, documentadamente desde luego, sobre temas que afectan directamente a nuestra salud y a la forma en la que queremos vivir y relacionarnos con nuestro entorno.
Aunque sea vociferando acaloradamente en algún momento, aunque nos acompañen en nuestras discusiones forasteros que transitan por las plazas de nuestros pueblos.
Notas:
[1] Eduard Rodríguez Farré et alteri, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente… El Viejo Topo, Barcelona, 2008, pp. 243-245.
[2] Manuel Lozano Leyva, “Solidaridad nuclear”. Público, 28 de enero de 2010, p. 32.
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