Un acontecimiento histórico, un sueño cumplido, o una pesadilla, según se mire. Beluga Fraternity y Beluga Foresight, dos buques mercantes alemanes de 12.000 toneladas que zarparon en julio de Corea del Sur, están llegando al puerto holandés de Rotterdam, su destino final. El sábado pasado arribaron a Yamburg, Siberia, donde descargaron materiales de construcción y componentes siderúrgicos. Lo histórico del caso es que se trata del primer viaje comercial que, tras doblar el estrecho de Bering, ha atravesado con éxito el legendario Paso del Noroeste. Durante 500 años las naciones marineras vieron esta ruta entre el Océano Atlántico y el Océano Pacífico como un sueño, ya que acorta 4.000 kilómetros la ruta de los cargueros entre el Extremo Oriente y Europa que pasa por el canal de Suez. Sin embargo, se trataba de un sueño imposible debido al hielo. Hace pocos días el presidente del grupo Beluga declaró que no se trata de un experimento, sino del primer paso hacia la apertura mundial de la ruta.
Ellos están de enhorabuena. En cuanto al planeta, como dice la tripulación de Artic Sunrise, el barco de Greenpeace, “no hay nada que celebrar, y sí mucho por hacer, pues esta no es sino otra prueba del calentamiento del clima”. En efecto, el derretimiento sin precedentes de los hielos árticos ha hecho posible la navegación. La reducción en dimensiones y espesor del casquete polar son un dato constante de los últimos decenios. El viaje de los dos buques Beluga son “un triunfo del hombre, un desastre para la humanidad”, como titula el diario inglés The Independent parafraseando la famosa frase de Neil Armstrong desde la Luna. Se habla de “un oscuro hito hacia la catástrofe ambiental”. El derretimiento veraniego de los hielos del Ártico se ha ampliado y acelerado abriendo canales impracticables anteriormente.
A lo largo de la historia muchas expediciones terminaron trágicamente en esta ruta. El primero en intentarlo fue el inglés Richard Chancellor en 1553, pero su embarcación quedó atrapada en el hielo, consiguió abandonarla y caminando hasta Rusia se salvó. Al resto de la tripulación lo encontraron congelado dos años después dentro de la nave. En 1597 el barco del explorador danés William Barents (que da nombre al homónimo mar) terminó aplastada por los hielos; pasaron el invierno comiendo osos polares, pero no sobrevivieron. Desastres semejantes son cosas del pasado. El desastre climático es cosa de hoy.
El paso ha sido atravesado sin ningún accidente pese a que se trataba de un “estreno mundial”. No un paseíto cualquiera. Los dos buques se encontraron con bancos de hielo vagantes que definiremos “supervivientes”; niebla, nieve, icebergs traidores que emergían sólo un metro. Las dos naves iban escoltadas por dos rompehielos proporcionados por Rusia (la nueva ruta podría transformar la fortuna económica de Moscú, que ahora confía en una “carrera por el Ártico”, ya que la ruta del Noroeste entrará en competencia con Suez y Panamá).
Si se multiplican las millas y, por consiguiente, el combustible ahorrados (se calculan 92.000 dólares por cada uno de los buques Beluga, a decir de la compañía) por la enormidad de viajes que surcan los océanos, se obtiene un ahorro de gases invernadero emitidos a la atmósfera. Aunque todavía más eficaz sería reducir la circulación de mercancías. Por otro lado, la retirada de los hielos facilitará las exploraciones y extracciones petrolíferas en el fondo del mar. En Alaska y Canadá la Royal Dutch Shell y la BP ya están muy activas. Así, la economía fósil, causa del desastre climático, prosperará. Un círculo vicioso perfecto.
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