Desde un punto de vista ecológico el suelo es el subsistema de los ecosistemas terrestres en donde se realiza principalmente el proceso de descomposición, fundamental para la reobtención y reciclado de nutrientes que aseguren el otro gran proceso vital: la producción, que se manifiesta para nosotros claramente en el subsistema epígeo.
El suelo constituye el estrato superficial de la corteza terrestre. Consta de rocas de distintos tamaños, sustancias de origen orgánico, aire, agua y organismos. Estos elementos están organizados: las partículas establecen relaciones topográficas precisas de acuerdo a su tamaño y ello da lugar a la formación de espacios que se comunican entre si como poros o canales y que pueden rellenarse con aire o agua. Estos espacios a su vez albergan organismos, generalmente pequeños, o partes de organismos, como las raíces de las plantas.
La formación del suelo es un proceso complejo conducido por fuerzas como el clima (especialmente la disponibilidad de agua y la temperatura), el material rocoso original, la topografía y los organismos que lo utilizan como hábitat. El resultado de la interacción de estos elementos con el tiempo, da lugar a unidades características, ordenadas en estratos denominados horizontes, de distintas características físico-químicas, que permiten por tanto albergar distintos organismos de acuerdo a sus requerimientos ecológicos.
En los suelos el agua drena por gravedad, con mayor o menor facilidad de acuerdo al espacio poroso que presenten, de modo que representan una fase de paso importante en el ciclo del agua. Según sus características órgano-minerales retiene o libera compuestos actuando como un filtro natural. También retiene agua por capilaridad posibilitando la existencia de pequeños organismos acuáticos.
Desde un punto de vista ecológico el suelo es el subsistema de los ecosistemas terrestres en donde se realiza principalmente el proceso de descomposición, fundamental para la reobtención y reciclado de nutrientes que aseguren el otro gran proceso vital: la producción, que se manifiesta para nosotros claramente en el subsistema epígeo.
Por otra parte, desde un punto de vista ecológico más amplio, el suelo sirve de refugio a gran cantidad de especies consumidoras que se ocultan en el anonimato en sus poros y oquedades. La diversidad biológica del suelo es muy alta e incluye desde bacterias hasta pequeños vertebrados.
La mayoría de los pequeños (menores a 2 mm) realizan su ciclo vital completo en este ambiente. Esos son los más desconocidos por las dificultades de estudio: algas, bacterias, protozoos, hongos y pequeños invertebrados, especialmente artrópodos. Otros pasan en el suelo sólo las etapas de la metamorfosis en las que son más débiles, evitando así a sus depredadores, pero su vida adulta transcurre en el subsistema epígeo o aéreo: es el caso de numerosos insectos tales como coleópteros o dípteros.
Los habitantes edáficos de mayor tamaño (mayores a 2 cm), como grandes arácnidos, pequeños mamíferos y reptiles, utilizan el suelo principalmente para construir sus madrigueras y proteger sus crías.
Un representante de la familia de ácaros actinédidos, depredadores de pequeños artrópodos y sus huevos en el mantillo de bosques esclerófilos.
Desde un punto de vista energético, todos estos organismos se enlazan en complejas redes tróficas cuyo depósito inicial de mayor energía es la materia orgánica que proviene del subsistema aéreo y que forma el "mantillo" y la de las raíces y sus exudados, incorporados directamente; hojas, troncos, frutos, ramas, raíces, cadáveres etc, son los principales sustratos para la descomposición. Este depósito es utilizado por los descomponedores en general: bacterias y hongos que mineralizan y producen el cambio necesario de materia orgánica a inorgánica: de "resto inútil" a "nutriente vegetal"; el resto de los organismos se divide entre una gran diversidad de saprófagos que fragmentan, mezclan y cambian la naturaleza física de la materia orgánica, favoreciendo su mineralización y un gran conjunto de depredadores que regulan los tamaños poblacionales de sus presas, influyendo en la velocidad de traspaso de energía a través de esta gran red. Como característica especial de esta trama trófica, la materia resintetizada a partir de restos orgánicos, vuelve tarde o temprano a engrosar el depósito inicial a causa de la muerte.
La acción humana creciente sobre el planeta afecta también al suelo, de modo que, en la actualidad el manejo de este subsistema se ha convertido en la clave de su calidad.
Hoy se reconoce que el suelo cumple cinco funciones vitales para el planeta (Manual de Calidad de Suelo, USDA):
- Sostener la actividad, diversidad y productividad biológica,
- Regular y particionar el agua y flujo de solutos,
- Filtrar, drenar, inmovilizar y desintoxicar materiales orgánicos e inorgánicos, incluyendo desechos municipales y de la industria,
- Almacenar y posibilitar el ciclo de nutrientes y otros elementos biogeoquímicos y
- Brindar apoyo a estructuras socioeconómicas y protección de tesoros arqueológicos
El suelo funciona siempre bajo las mismas leyes naturales; sigue manteniendo su plan de organización interno, reflejando ahora en dicho plan, la intervención humana. Los cambios del ambiente físico-químico producto de la actividad humana (cambio de componentes por vertido de basura, compactación por tránsito vehicular, aumento de la erosión por deforestación, etc.) afectan directamente el hábitat de los organismos edáficos.
Estas modificaciones constituyen intervenciones en el sistema natural y de acuerdo a su calidad (que se hace), escala de efecto espacio-temporal (en que magnitud, abarcando cuanto espacio y por cuanto tiempo) y a la capacidad de retorno al equilibrio del sistema natural, será la nueva organización que se establezca.
Uno de los componentes que refleja rápidamente estas nuevas condiciones de cambio en búsqueda del nuevo equilibrio son los organismos edáficos. Entre ellos mayoritariamente los pequeños artrópodos, habitantes continuos del suelo que se han convertido en buenos bio indicadores de la calidad del suelo y en consecuencia del nivel de intervención antrópica.
Esto nos permite contar con interesantes aplicaciones en el campo de las metodologías de evaluación de los recursos naturales y los impactos a los que se ven sometidos.
Tyrophagus sp., un ácaro común en el polvo doméstico y en productos almacenados. Su abundancia en suelo es indicación de intervención antrópica.
Es decir, entendiendo las propiedades y relaciones existentes ente los distintos componentes de los sistemas edáficos naturales, es posible concebir distintas herramientas que permitan por ejemplo evaluar la calidad de los suelos con la perspectiva de calificar la factibilidad de cierta actividad que se pretende instalar en él. También será posible caracterizar cualitativa y cuantitativamente el impacto producido por intervenciones antrópicas previas.
Estas herramientas de evaluación son sin duda poderosas, pues trabajan con un aspecto extremadamente sensible a los cambios, como lo es la miriada de pequeños organismos que habitan silenciosamente el suelo bajo nuestros pies.
No hay comentarios:
Publicar un comentario