Prados y piensos ecológicos, un trato diferente al animal, no hacinado ni atiborrado de químicos, son algunos de los factores que permiten una ganadería diferente. |
Leticia Mantecas Brava estudió veterinaria y decidió volcar sus saberes en la explotación ganadera familiar. Su padre, ganadero de toda la vida en Segovia, aporta los conocimientos prácticos y ella los teóricos. "Ser una explotación familiar es importante, significa que va directamente del productor al consumidor, sin intermediarios, que es el que se lleva el dinero cuando es el productor el que está trabajando 16 horas".
Pero mantener un negocio familiar en un sector tan maltratado por las políticas agrarias europeas y estatales es una batalla continua por sobrevivir. "O nos vamos del todo o nos liamos la manta", fue lo que Leticia y su padre se plantearon en plena crisis, en 1997. Y optaron por lo segundo, que se tradujo en pasarse de la producción ganadera convencional a la ecológica. Hasta el año ‘99 Braman, Carnes de Vacuno de producción ecológica no recibía el certificado ecológico, pero eso tampoco les sacó de pobres. La venta siempre es difícil, apenas hay subvenciones y no hay una toma de conciencia ciudadana. Una carnicería durante años y la conexión con redes de consumo han facilitado la venta directa a consumidores estables.
Condiciones ecológicas
El sello ecológico en la ganadería avala que los animales están libres de tóxicos y químicos. Más allá de la marca ecológica, Leticia habla con honestidad sobre lo que ella considera un beneficio social de la ganadería ecológica familiar. En primer lugar, pone de relieve la alimentación de los animales: "El prado tiene que ser ecológico y los piensos recogidos por agricultores ecológicos". Desde el punto de vista del animal, esto significa que "aunque son para el consumo humano, la vida que llevan es muy diferente, no están hacinados en naves industriales y pastan en prados, lo que aumenta el bienestar animal". "Su periodo de vida –añade Leticia– es el doble que en una explotación convencional".
El cuidado sanitario de los animales es otro de las grandes señas de identidad de la ganadería ecológica. Los tratamientos hormonales y preventivos están prohibidos y normalmente se utiliza la homeopatía, lo que no excluye algunas vacunas con autorización o algunos tratamientos como antiinflamatorios, "pues lo primero es la vida del animal y hay que evitar que el animal muera o sufra", admite Leticia. De esta forma, se aumenta el bienestar animal y también el humano: la carne ecológica tiene más hierro, no tiene sustancias químicas, ni antibióticos ni hormonas. Lo contrario de lo que ocurre en las ganaderías tradicionales, donde a los terneros se les mete un chute (como se denomina coloquialmente en el gremio) de vacunas de varios tipos para que en el cebadero –donde fluyen mucho los virus–, no se pongan enfermos y engorden lo más rápidamente posible. Y la salud humana se resiente: "Hay gente que tiene resistencia a antibióticos cuando no ha tomado un antibiótico en su vida; lo ha comido a través de los animales, los huevos y también las hortalizas", explica esta ganadera.
Desde el punto de vista de la sostenibilidad, la ganadería ecológica permite un asentamiento de gente que evita el despoblamiento rural y, sobre todo en estas zonas rurales, las vacas, las ovejas y las cabras, son los mejores bomberos de toda la sierra. Hay sierras que se están dejando de pastar y eso es un polvorín a la vuelta de los años", añade Leticia. Los aportes de la ganadería y la agricultura ecológica en el bienestar humano no están visibilizados ni reconocidos, y eso se traduce en las opciones de compra dominantes. El boom mediático de las vacas locas, recuerda Leticia, provocó hace algunos años que muchas personas se acercaran a la carne ecológica. Acallada la voz de alarma las opciones de compra se repliegan.
http://www.diagonalperiodico.net/Retrato-de-un-proyecto-ganadero.html
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