jueves, 5 de noviembre de 2009



Sólo la prohibición total del comercio de marfil salvará a los elefantes
05-11-2009 Por Jason Bell-Leask

Este mes se conmemora el 20 aniversario de la prohibición de comerciar con marfil aprobada por la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas (Cites).Los elefantes consiguieron el mayor nivel de protección de Cites durante la VII Conferencia de los Partidos (CoP) en Lausanne (Suiza), en 1989, con lo que se prohibió de manera efectiva el comercio internacional de marfil.

Esta medida se efectuó como respuesta a la alarmante desaparición de grandes poblaciones de elefantes en África en los ochenta, víctimas de la caza furtiva por el marfil para alimentar la creciente demanda de Oriente, especialmente en Japón. Como resultado, la población del continente disminuyó de 1,2 millones de elefantes hasta los 600.000 en una década.

La conmemoración de la prohibición no resulta, sin embargo, la ocasión feliz que debería ser, dado que en los últimos doce años numerosas acciones han contribuido a desvirtuar la prohibición por completo.

No hay duda de que poco después de su aprobación, la prohibición llevó a un descenso de la demanda de marfil en Oriente y por lo tanto se redujeron los niveles de caza furtiva y comercio ilegal. Los precios de esta materia cayeron en picado y con ellos los incentivos por matar elefantes, un buen ejemplo de cómo un plan de conservación puede funcionar, y bastante deprisa.

Sin embargo, en 1997 comenzó la desvirtuación de la prohibición, a pesar de que numerosas asociaciones conservacionistas y biólogos especialistas en elefantes clamaron en contra de la reapertura del comercio, que inevitablemente minimizaría los positivos y rápidos efectos conseguidos inicialmente.

En 1999, Botsuana, Namibia y Zimbabue consiguieron permiso para vender un total de 50 toneladas de marfil a sus aliados comerciales de Japón en una única venta “experimental”. Como parte de laprueba, se desarrollaron programas para controlar las tendencias furtivas y de comercio ilegal, llamados Mike (Monitoring of Illegal Killing of Elephants). La decisión de permitir la venta de esta mercancía en stock dependería fundamentalmente de la habilidad del Mike para determinar si las tendencias de los furtivos estaban relacionadas con la decisión de Cites y las ventas resultantes: es decir, determinar hasta qué punto era una casualidad y proveer de datos fiables para futuros encuentros de la Conferencia.

Pero el Mike no emitió datos concluyentes y fue reducido a un simple programa para monitorizar. El problema con esta situación es que la decisión de permitir el experimento en primer lugar estuvo basada en que este sistema aportara información mucho más valiosa y tanto los Partidos como Cites se sintieron engañadas.

Mientras, varios países africanos con presencia de elefantes expresaron su preocupación en cuanto a los crecientes niveles de caza furtiva y comercio ilícito, que ligaron al “experimento” legal llevado a cabo.

Argumentaron que las ventas legales eran las responsables de la creciente demanda de marfil en Oriente, un hecho que sugería que no se discutiera más en el futuro sobre este comercio ya que la demanda parecía a primera vista demasiado grande para ser satisfecha a través de ventas legales.

Pero las deliberaciones sobre la conveniencia del comercio continuaron en posteriores reuniones de Cites y, a pesar de la creciente conciencia de que la caza y el comercio ilegal estaban aumentando, hecho probado por numerosos países del Oeste, el Centro y el Este de África, se autorizó la venta de otras 106 toneladas de marfil durante el CoP14 de 2007, que fueron vendidas a China y Japón en 2008. En mi opinión, hay algo tremendamente erróneo en esta ecuación: ¿cómo un experimento fallido lleva a la aprobación de ventas únicas?

La respuesta reside en un concepto bien entendido y practicado en e el mundo de la política: el arte del compromiso. Algunos países del sur de África, incluyendo a Sudáfrica, desean vender el marfil. Otros con un mercado incipiente quieren comprarlo y otras naciones, preocupadas por la caza furtiva, optan por la prohibición. Si a esto se añade un tratado internacional y un cuerpo regulatorio, se obtiene un juego de dar y tomar, que desemboca en un compromiso como el del CoP14 que permite a Botsuana, Namibia, Sudáfrica y Zimbabue vender 106 toneladas de marfil a Japón y China, seguido de una moratoria de 9 años para cualquier otra venta. Los vendedores ganan financieramente, y también lo hacen los compradores.

Desafortunadamente, los que no ganan nada son los elefantes, ni siquiera a través de una moratoria de nueve años, porque el daño ya está hecho con la entrada de más marfil en el mercado y una demanda creciente que no puede satisfacerse con las ventas de una sola pieza. El resultado es la caza furtiva como único medio para satisfacer los requerimientos del mercado. ¿Un terreno de juego igualado? No lo creo.

Considerando que algunos de los informes sobre el volumen de marfil incautado proveniente de la caza furtiva, es inevitable sentirse preocupado. Hace pocos días, el Servicio de Vida Salvaje de Kenia detuvo un cargamento de 700 kilos, con un valor potencial de un millón y medio de dólares. En marzo, fueron incautadas 6,3 toneladas de marfil en Hanoi (Vietnam). Esta ha sido la tendencia desde la suavización de la prohibición en 1997.

Recordemos la detención de 6,5 toneladas en Singapur en 2002 y la masacre de elefantes en Chad en 2006. La lista sigue y sigue. Los científicos estiman que unos 23.000 elefantes fueron asesinados para abastecer los mercados asiáticos sólo entre agosto de 2005 y agosto de 2006. De hecho, según estudios recientes, cerca de 38.000 elefantes son cazados cada año por este negocio.

Entonces, ¿quién debería responsabilizarse por estos elefantes que mueren brutalmente a miles en regiones como la Cuenca del Congo para mantener un floreciente comercio ilícito? Creo que todos los implicados en facilitar los movimientos comerciales en los últimos doce años deberían asumir esta responsabilidad y tomar partido. La Unión Europea en particular ha jugado un papel extremadamente importante en abrir la puerta a estos acuerdos. Admitámoslo, un cuerpo político compuesto por 27 estados tiene bastante influencia y poder en el campo del comercio internacional.

En cuanto a la asunción de responsabilidades, los partidarios de este comercio deberían en primer lugar asumir que existe un grave problema que, si no se ataja pronto, nos llevará a los “campos de muerte” de la década de los 80. Además, deberían dirigir esta situación mediante una importante reforma y actuar sobre el terreno para prevenir la caza furtiva y el comercio ilícito. Reflexionar seriamente sobre las dificultades a las que se enfrentan algunos países para combatirlos, en lugar de comparar el valor relativo del éxito conservacionista, además de ofrecer asistencia cuando es necesario. Y considerar la naturaleza global de las decisiones de Cites y el hecho de que estas no deben tomarse a la ligera. Si no se actúa de esta manera, no parece posible un futuro muy prometedor para la mayoría de las poblaciones de elefantes de África y Asia.

Los biólogos especialistas en elefantes, expertos y técnicos gubernamentales están sacudiendo una bandera roja: es necesario intervenir para invertir esta tendencia. La historia de la explotación comercial de los elefantes es un caso de libro y, si realmente hemos aprendido la lección, me atrevería a decir que la única solución para eliminar la amenaza de la caza y comercio ilegal de marfil es cerrar los mercados completamente y prohibir cualquier tipo de comercio. Quizás la esperanza de que existe una solución es por la que merece la pena celebrar la prohibición de 1989. Esperemos que los verdaderos defensores de los elefantes se hagan escuchar. www.ecoportal.net

Jason Bell-Leask es Director del Programa de Conservación de elefantes en el Sur de África de la Fundación Internacional para el Bienestar Animal (International Fund for Animal Welfare -IFAW).

No hay comentarios:

Publicar un comentario